De poco le ha servido a Israel el bombardeo de los túneles para el contrabando que cruzan la frontera entre Gaza y Egipto. Quería el Gobierno hebreo cortar el suministro de armas a Hamás e impedir su rearme. Pero esos pasadizos son más que las puertas de una armería. Son la base de la economía y el único vínculo comercial con el mundo de un territorio sometido a un bloqueo desde hace año y medio. A los cinco días del fin de la guerra, muchos túneles siguen funcionando y en otros se trabaja a destajo para repararlos.

Las carpas de las que nacen han reaparecido junto al muro fronterizo, sorteando los socavones de cinco metros legados por las toneladas de explosivos israelís. Antes de la guerra había 1.600 túneles. Ahora la fila de carpas supera los tres kilómetros. "Con las fronteras cerradas no nos queda otra opción que reconstruirlos. No estamos dispuestos a pasar hambre ni a vivir sin economía", afirma Abú Mohamed, propietario de uno de ellos.

Todo en Gaza depende de esta industria sumergida que abastece a comercios, fábricas y restaurantes. Todo entraba por aquí. Arroz, madera, gasolina, pañales, móviles, joyas, electrodomésticos, refrescos o cigarrillos, mercancías vetadas por Israel desde que Hamás se hizo con el control de Gaza. Los túneles para armas son contados y los gestionan los islamistas. El resto tiene prohibido importar armas, drogas y alcohol. Así Hamás se asegura de que sus rivales de Al Fatá no podrán rearmarse.

El impacto de los bombardeos ha sido menor de lo previsto, según los dueños de los túneles, que pagan 2.000 euros al mes al Gobierno islamista por los derechos de explotación. De hecho, quienes más han sufrido son los civiles que viven cerca de los túneles. Cientos de casas han sido arrasadas, condenando a la indigencia a sus propietarios. "Un 30% de los túneles siguen intactos y en muchos solo se ha destruido la boca. En menos de un mes esperamos que todo vuelva a funcionar como antes", dice Mahmud Hamsa.

MILES DE OBREROS Para lograrlo miles de personas trabajan sin descanso en dos turnos de día y noche Mahmud emplea a 34 obreros por túnel. "Somos la principal fuente de empleo de Gaza", dice con sorna. Cada pasadizo tiene entre 8 y 30 metros de profundidad y de 300 metros a 1,5 kilómetros de longitud.

Todos están bien pagados. El trabajo es de alto riesgo. Docenas de estos topos humanos han muerto en accidentes o al verse sorprendidos por la destrucción del túnel por la policía egipcia, sometida a una intensa presión por Israel y EEUU para que acabe con el contrabando. Pero Israel no está contento. Durante la guerra ha cerrado acuerdos con Washington y El Cairo para implicar al primero en detener los túneles y forzar al segundo a que actúe con más vehemencia.

En el lado egipcio de la frontera los túneles desembocan en casas y almacenes. Tanto Rafá como Al Arish viven de esta industria. Aquí se reciben los pedidos semanalmente y se entregan a los socios egipcios de los túneles. La presión de las autoridades es grande, pero muchos oficiales, dicen en el Rafá egipcio, hacen la vista gorda por dinero.