La revolución azafrán se tiñó de rojo por segundo día. Como ya avisaron los manifestantes, las cinco muertes de la víspera no les iban a encerrar en casas o monasterios. El Ejército volvió a dispararles y prometió seguir haciéndolo. No hay acuerdo posible entre los dos estamentos nucleares y antagónicos del país, la Junta militar y los monjes, que habían convivido en una aceptable armonía hasta ahora.

El día certificó la evolución de la revuelta: ha menguado en las calles el número de monjes que iniciaron las protestas pacíficas la semana pasada. Abierta la espita, los civiles han recogido el testigo, cada vez más numerosos y sin remilgos a hacer frente a los militares. Los desfiles de túnicas con sonido de salmos son ahora carreras y escaramuzas. Las protestas, nacidas por la subida de precios del combustible, son ya un grito innegociable de democracia tras 45 años de dictadura. El apego al poder de los generales no hace prever un final pacífico ni temprano.

Diez personas murieron ayer, según una radio de disidentes. La cifra es dudosa por su origen y la falta de información contrastada. Es segura la muerte a tiros de Kenji Nagai, cámara japonés de la agencia APF. Es la primera víctima no birmana. La Junta persigue a los periodistas extranjeros que han burlado con visados de turista la prohibición de entrar en el país. Los acusa de publicar un "cielo de mentiras" y "alentar las protestas".

EL HOTEL El Ejército registró uno de los pocos hoteles con conexión a internet y línea telefónica de larga distancia de Rangún donde sospechaba que se hospedaban. Es habitual que las llamadas sean interrumpidas y es obligado aportar una copia de los correos electrónicos enviados. Decenas de extranjeros han sido expulsados por observar o fotografiar las manifestaciones.

Los dos días de represión han causado 15 muertos, unos 200 heridos y más de un millar de detenidos, según los disidentes. La violencia empezó ayer antes del alba. Los soldados tumbaron las puertas de seis monasterios de Rangún, detuvieron a 800 monjes, mataron a uno e hirieron a siete más.

En las manifestaciones participaron unas 70.000 personas. El Ejército disparó de forma indiscriminada en el barrio de Tanew, al este. Por el centro desfilaron unos 200 antidisturbios con rifles y megáfonos, advirtiendo que empezarían a disparar en dos minutos y golpeando sus escudos con porras. La escena recuerda a la masacre de 1988, con 3.000 manifestantes muertos.

BOTELLAZOS Y OCTAVILLAS La Junta detuvo a dos dirigentes de la Liga Nacional Democrática cercanos a la encarcelada Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz, y acentuó la dureza en la represión. Los monjes fueron golpeados sin miramientos. Por primera vez, los manifestantes contestaron con lanzamientos de piedras y botellas. Incluso unos monjes detuvieron a algunos funcionarios de la Junta Militar en el monasterio de Ngwekyaran. Un masivo reparto de octavillas con llamamientos a la revuelta muestra una organización al menos embrionaria.

Al conflicto se sumarán los grupos insurgentes. La Unión Nacional Karen, con 5.000 combatientes, prometió ayer ayuda. El emisario especial de la ONU para Birmania, Ibrahim Gambari, viajará en breve al país para tratar de evitar un baño de sangre. El presidente de EEUU, George Bush, urgió a China a que ayude a presionar a Birmania.