El líder de Hizbulá, Hasán Nasralá, no es el único que piensa que su milicia ha logrado una "victoria histórica" sobre Israel. Una vez que las armas han callado en el Líbano, los presidentes de Irán, Mahmud Ahmadineyad, y de Siria, Bashar al Asad, sacaron pecho y ayer afirmaron que el desenlace de la guerra pone fin al concepto de un "nuevo Oriente Próximo" que propugna la Casa Blanca con pleno apoyo de Israel.

No hay duda de que Damasco y Teherán --los dos regímenes que apoyan, financian y proporcionan armas a Hizbulá-- consideran como una victoria propia lo ocurrido en el Líbano. Si el tono de Ahmadineyad siempre es incendiario --"Las promesas de Dios se han cumplido", dijo ante una multitud en la ciudad de Ardebil-- ayer Asad no le fue a la zaga. "El Oriente Próximo al que aspira EEUU se ha convertido en una ilusión", afirmo el presidente sirio, quien añadió: "Con una Administración que adopta el principio de la guerra preventiva, no esperamos que haya paz en un futuro cercano".

LA LLAGA Asad no se abstuvo de poner el dedo en la llaga israelí, calificó de "humillación" para el Estado hebreo la guerra, y advirtió a Tel-Aviv de que "ni los aviones, ni los misiles ni las bombas nucleares" evitarán que "las futuras generaciones árabes encuentren la forma de derrotar a Israel". Asad recordó que la "resistencia es necesaria, natural y legítima" y afirmó que el Estado hebreo se encuentra en una "encrucijada: apostar por la paz y devolver sus derechos a los árabes o continuar con la inestabilidad hasta que una generación resuelva el asunto".

Para Ahmadineyad, "la guerra ha probado que cualquier nación que confía en Dios y lucha por sus derechos acaba saliendo victoriosa" y exigió a Washington y Londres que compensen al Líbano por la destrucción causada por Israel. "El pueblo iraní quiere un Oriente Próximo sin EEUU y sin el régimen usurpador sionista", dijo el presidente iraní entre vítores a Hizbulá procedentes de su audiencia.

Y es que, independientemente de qué influencia vaya a tener en la política interna libanesa la resolución 1701 de la ONU con la que se ha puesto fin a la guerra, el simple hecho de que Hizbulá haya sobrevivido al conflicto ha reforzado a Damasco y Teherán. A pesar de los reparos de Washington, se ha visto claramente que el régimen de Asad es un elemento clave para la estabilidad de la zona. De ahí que el ministro de Defensa israelí, Amir Peretz, afirmara ayer que Tel-Aviv debe "dialogar con el Líbano y crear las condiciones para un diálogo con Siria". No ayudan a este propósito discursos como el de ayer, que mereció que el ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, cancelara su previsto viaje a Damasco y afirmara que las palabras de Asad "son una contribución negativa" a calmar la situación en la zona.

PROGRAMA NUCLEAR IRANI Si Damasco busca rehabilitarse y ejercer un liderazgo contra los planes de la Administración Bush en el mundo árabe, Teherán tiene su propia guerra centrada en el desarrollo de su programa nuclear. Por eso, Ahmadineyad aprovechó su loa a Hizbulá para afirmar que no va a ceder a las presiones de que abandone su investigación atómica. La asociación de ideas entre un frente y otro la hizo Ahmad Jatami, miembro del influyente Consejo de Clérigos, quien afirmó que, tras los daños de los katiuskas de Hizbulá, "si Israel o EEUU atacan Irán, deberían tener miedo de los misiles de 2.000 kilómetros de alcance que impactarán en Tel-Aviv".

El mensaje es claro: si una milicia armada y entrenada por Irán ha resistido ante el Ejército israelí, es fácil imaginar lo que podría hacer Teherán con su propio arsenal. Desde el punto de vista iraní, la guerra ha demostrado que es un contrapeso militar y geoestratégico a Israel en Oriente Próximo.

Analistas árabes e israelís coincidían ayer en que la región está en una encrucijada: o se apuesta por un diálogo completo, sin exclusiones, o una guerra aún más cruda es casi inevitable.