Cuando Barack Obama salió victorioso en las urnas el mágico 4 de noviembre del 2008 al calor del Yes, we can y sus esperanzas de cambio, parecía una utopía pensar que una vez cumplida la primera mitad de su mandato la extrema derecha en Estados Unidos podría poner en jaque a su joven presidencia. Dos años después, el Tea Party amenaza con instalarse en el mapa político y convertirse en la tercera fuerza política del Congreso, tras su bautismo de fuego en las legislativas.

Se asomaron por primera vez a las páginas de los periódicos cuando la Casa Blanca aprobó un vasto plan de estímulo de la economía en los primeros meses del 2009 y anunció la batalla por la reforma sanitaria. En realidad no fue hasta un año después cuando dieron el primer aviso serio. Justo cuando se cumplía el primer aniversario de la no menos histórica toma de posesión de Obama, un candidato del Tea Party le aguó la fiesta arrebatando a los demócratas el escaño que dejó el senador Ted Kennedy tras su muerte.

Se presentan ante el electorado como un movimiento ciudadano espontáneo, lejano a los círculos de poder en Washington, hartos del intervencionismo del Gobierno y dispuestos a defender con uñas y dientes una agenda ultraconservadora que va desde echar por tierra las mayores victorias legislativas de la Administración Obama (sanidad y Wall Street) hasta mantener los beneficios fiscales a las rentas más altas, sellar las fronteras y bloquear la reforma migratoria.

UN IMPERIO PETROLERO Dicen ser un movimiento acéfalo, pero su líder indiscutible es Sarah Palin y, pese a venderse como una masa espontánea de ciudadanos cabreados, detrás están algunas fortunas del país, conocidos no tanto por sus millones, que los tienen, sino por su ideario ultraconservador. Un buen ejemplo son los hermanos Koch, dueños de un imperio petrolero que niega estar detrás del Tea Party, pero que han tirado de chequera y han gastado 150 millones de euros para organizarlo.

El Tea Party tiene casi un centenar de candidatos luchando por uno de los 435 asientos en la Cámara baja y las encuestas vaticinaban que podrían llevarse hasta 33 escaños, mientras que en el Senado han colocado aspirantes en 15 de los 37 puestos en liza, y los pronósticos hablan de entre cuatro y cinco victorias, encabezados por Marco Rubio en Florida, una de las estrellas emergentes entre las filas conservadoras, y Rand Paul, el libertario que quiere seguir los pasos de su padre en Kentucky.

EL BASTION DE NEVADA Si simbólica fue la victoria de Scott Brown hace diez meses en Massachusetts, el primer asalto del Tea Party en la escena política nacional y en uno de los bastiones más importantes de los de- mócratas, simbólico podría ser también un triunfo de Sharron Angle en Nevada que, de confirmarse, acabaría con la dilatada trayectoria del senador Harry Reid, líder de la mayoría demó- crata en la última legislatura.