La cumbre del G-7 en el balneario canadiense de La Malbaie ha dejado al menos dos fotos que sirven de metáfora para describir lo que parece haber sucedido dentro. Y decimos «parece» porque el acceso a la prensa ha estado enormemente restringido. Una de ellas es el apretón de manos entre Donald Trump y Emmanuel Macron, tan duro por parte del francés que su pulgar quedó marcado en la manopla entumecida del neoyorkino. La otra muestra a un Trump sentado, escéptico y con los brazos cruzados a un lado de la mesa, mientras el resto de líderes le avasallan de pie como quien quiere convencer a un ateo de la existencia de Dios.

Nada indica que lo hayan logrado. La cumbre acabó con un pulso en tablas entre un Estados Unidos aislado y unos aliados dispuestos a plantarle cara.

Cuando el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, dijo que Trump está poniendo el peligro el orden mundial que su propio país construyó después de la segunda guerra mundial, no exageraba. Todas sus instituciones siguen en pie, pero cada día son más irrelevantes. Lo son unas Naciones Unidas castigadas en su presupuesto por no bailar al son de los dictados de Washington. Lo es la Organización Mundial del Comercio, dinamitada con los aranceles unilaterales de EE UU a la industria pesada extranjera. O los principios y valores compartidos que han permitido a la Casa Blanca liderar el mundo sabiendo que contaría con el apoyo de Occidente. Trump está tratando de reescribir las reglas y parece dispuesto a dilapidar la relación con sus aliados si no se avienen a sus concesiones.

«Somos como una hucha en la que todo el mundo roba. Pero eso se va a acabar», dijo antes de despedirse de la cumbre en una rueda de prensa. Fue el último en llegar y el primero en marcharse de camino a Singapur, donde busca la foto inédita con el sátrapa norcoreano Kim Jung-un. Las reuniones sobre el cambio climático y energía limpia se las saltó. No le interesa. Y aunque sostuvo que la relación con sus aliados «es de 10», en una escala del cero al diez, se fue sin ceder aparentemente un ápice. Dijo que aspira a eliminar todos los «ridículos e inaceptables» aranceles y barreras comerciales a las exportaciones estadounidenses y a acabar con las «prácticas comerciales injustas» de sus competidores. «Si no lo arreglamos, vamos a dejar de comerciar con todos esos países», dijo a modo de amenaza.

Macron confirmó la firma de un comunicado conjunto con la rúbrica de sus siete participantes, lo que serviría para transmitir la impresión de que hay un consenso de mínimos.

La canciller Ángela Merkel dijo que existe el deseo compartido de reducir aranceles y barreras comerciales, pero también reconoció que el diablo está en los detalles. «Para nosotros es importante mantener un sistema reglado de comercio, seguir luchando contra el proteccionismo y buscar la reforma de la Organización Mundial del Comercio», aseguró la alemana. Puede ser. Lo cierto es que se ha entrado en una incipiente guerra comercial y nada indica que se vaya a acabar a menos que se acepten las concesiones reclamadas por Trump. El más fuerte quiere imponer su ley. De momento, no lo ha conseguido.