Han pasado 25 años y los autores materiales se encuentran en prisión desde hace tiempo, pero nadie sabe exactamente cuántos secretos quedan aún por desvelar. Aquel 2 de agosto de 1980, los trenes y andenes de la estación de Bolonia rebosaban de italianos que empezaban sus vacaciones. Una maleta en la sala de espera explotó a las 10 y 25 minutos. Una parte del edificio voló por los aires. Hubo 85 muertos y 200 heridos: la peor masacre causada por el terrorismo italiano.

Dos fascistas cumplen cadena perpetua por aquel atentado: Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, autores materiales. Luigi Ciavardini, que en 1980 tenía 17 años, fue condenado a 30 de prisión. Francesco Pazienza, intrigante personaje vinculado a los servicios secretos, fue condenado a 10 años por "calumnia grave", y Licio Gelli, fundador de la logia masónica P-2 que en esos años gobernaba Italia de forma oculta, recibió la misma pena por intoxicar la investigación. Algunos jefes del contraespionaje fueron apartados del cargo.

"Traicionaron de manera desconcertante su uniforme y su misión", señaló Libero Mancuso, el fiscal que en la época dirigía las investigaciones. Desde entonces se han celebrado ocho procesos. Sin embargo, el secreto de Estado impide conocer toda la verdad y ayer, cuando, como cada año, miles de personas se reunieron en la estación de Bolonia para "no olvidar", volaron de nuevo los abucheos contra el Gobierno.

"El espanto y la indignación permanecen vivos en la conciencia civil de los italianos", escribió ayer a la ciudad el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Durante la manifestación, que recorre el centro de Bolonia y termina con el pitido de una locomotora en la estación, la gente guardaba silencio. "Es nuestro rito colectivo, que celebramos para reforzar nuestra identidad", leyó Sergio Cofferati, el alcalde progresista de Bolonia, quien citó las recientes masacres del terrorismo internacional, desde Nueva York hasta Sharm el Sheij.

La mayor duda que los distintos sumarios guardan en sus páginas se refiere a que la masacre debía servir para "distraer" a la opinión pública de otra, ocurrida dos meses antes. Un avión DC-9 de la compañía Itavia con 81 personas a bordo cayó a la altura de la isla de Ustica, al sur de Nápoles; ningún proceso ha logrado esclarecer las causas del accidente.

Desde entonces, los jueces han denunciado numerosas intoxicaciones, como la reescritura del diario de a bordo de un portaviones de EEUU y la manipulación y desaparición de las cintas de los radares militares de media Italia. Según la reconstrucción judicial, no probada del todo, la noche del 26 de junio de 1980 hubo una batalla para abatir --sin éxito-- el avión del líder libio, Muamar Gadafi. Un caza se escondió en la señal del radar del DC-9 y los misiles dirigidos contra el primero habrían abatido el segundo. Bolonia debía sepultar la verdad.