Ingrid Betancourt vuelve despacito a la vida, con el último aliento que guardaba en su boca. "Mientras siga respirando, tengo que seguir albergando la esperanza", dijo, se dijo, y pronto podrá hablar en pasado de un calvario de más de seis años. El rostro abatido de esta mujer era el símbolo del drama colombiano.

Al verla, Colombia despertó de su larga e indiferente siesta, pidiendo por ella, a principios de este año. El país se estremeció también con la carta que le dirigió a su madre, Yolanda Pulecio, aquella en la que le contaba que "aquí vivimos muertos".

CAUTIVA Betancourt la escribió en una letra abigarrada y urgente. Habló en esas páginas de su condición de cautiva casi exánime y friolenta. Era el testimonio de una mujer que no comía y a la que se le caía el cabello "en grandes cantidades". Ese mensaje llegó desde un lugar perdido de la selva del sur colombiano a todo el planeta. "Piden pruebas de supervivencia a quemarropa y aquí estoy escribiéndote mi alma tendida sobre este papel".

Betancourt nació en la navidad de 1961. La habían secuestrado en febrero del 2002. La rehén llegó a una situación donde hasta parecía vedada la posibilidad de soñar el fin de la pesadilla. "No tengo ganas de nada porque aquí la única respuesta a todo es no . Es mejor, entonces, no querer nada para quedar libre al menos de deseos", le dijo a su madre en aquellos días.

La mujer, la madre, la excandidata presidencial, se había convertido en una moneda de cambio. Dicen que durante una larga travesía, en octubre del 2004, cuando tuvieron que cargarla en hamaca por su hepatitis, la trataban sin ninguna consideración. No les importaba a sus captores si se golpeaba contra los árboles o si necesitaba urgentemente descansar.

La cautiva se acostumbró a dormir en los huecos, perdió el sentido de las horas, transformadas en "un desperdicio lúgubre de tiempo". Su padre, el exministro de Educación, Gabriel Betancourt, falleció pocos meses después de su secuestro. Los hijos crecieron sin la madre. "Ya hay otro hombre encima de la voz de niño", conjeturó la rehén. Su esposo, Juan Carlos Lacompte, se acompañó todos estos años en su casa de Bogotá con una imagen tamaño real de ella.

INTENTOS DE FUGA Cuentan que, cuando apenas llevaba un día y medio en poder de las FARC, empezó a tramar su fuga. La primera tentativa, reveló la revista Semana , tuvo lugar a los 40 días de haber sido capturada. Se lanzó a la jungla junto con Clara Rojas. Estuvieron allí cuatro días. Casi mueren.

A pesar del fracaso, Betancourt volvió a reincidir en tres ocasiones más. Pero, al parecer, hubo un momento en el cual el peso de la resignación la llevó a esperar el peor de los finales. Los colombianos guardan en sus retinas dos fotos de ella. Una, de agosto del 2003, la que fue su primera "prueba de vida". La segunda, de octubre del 2007, en la que no se puede hablar de "prueba de vida" porque hay algo de ella que se escapa a la cámara. La fragilidad de su cuerpo hizo temer el instante fatal.

La posibilidad de un desenlace trágico aceleró meses atrás la decisión del Gobierno colombiano de suspender las condenas de los miembros de las FARC presos si, a cambio, la guerrilla entregaba a los secuestrados. En marzo dijeron haberla visto en un caserío, a 450 kilómetros de Bogotá, negándose a recibir alimentos y medicinas.

"Alguien me dijo que sus características físicas no distan mucho de las de los niños de Somalia", aseguró el defensor del pueblo, Vólmar Pérez. Ingrid vuelve del infierno. Es posible que el dolor nunca cese.