Hace más de un década, la avenida de Lusitania de Mérida era considerada una vía de la ciudad con un fuerte potencial para el comercio al tratarse de una zona residencial en continua expansión. De hecho, en sus calles comenzaron a ubicarse numerosos bares de copas y el entretenimiento, en buena parte, estaba garantizado. Sin embargo, a raíz de que se instalase la crisis económica cerraron muchos de los locales que estaban destinados al ocio y los comerciantes tuvieron que empezar a echar mano de la calculadora para ajustar cuentas y llegar a fin de mes. Desde entonces, los empresarios aseguran que la situación no mejora y que la calle ha quedado relegada al olvido, debido en parte a que ya no hay rastro del elevado tránsito de viandantes que tenía antes.

"A esta zona se la conocía como el barrio de Salamanca emeritense, porque los locales eran muy caros, pero desde la crisis la situación está mal", sostiene Julián Jiménez, de la ferretería Lusitania, en la avenida desde el 2000. "Cuando empezamos no había tantos bloques y en poco tiempo se multiplicó, además había muchos bares", apunta el comercial, quien a su vez reconoce que hoy día, unos de los puntos fuertes que tienen es la facilidad para el aparcamiento.

Ana Caballero es la propietaria de la librería Los Bodegones desde agosto de 2012. "Aquí siempre vas a vender menos que en el centro, pero el alquiler también es más bajo", confiesa. También destaca que "la gente se puede parar con el coche porque hay cuatro carriles", pero se lamenta de que "no hay demasiado tránsito de clientes".

Para Pedro José Caro, propietario de la carnicería Vicente, segundo comercio en abrir sus puertas en Lusitania en el año 1997, "la situación de las ventas es muy mala y no le veo mucha salida". En este sentido, Caro considera que "el pequeño comercio dejará de existir", y que a pesar de que "la gente del barrio nos compra", muchos "están asfixiados con el pago de la hipoteca porque es una zona nueva". Asimismo, sugiere que "el ayuntamiento tendría que potenciar más las cosas, porque la calle está muerta y los autobuses de línea van con cuatro personas".

Por su parte, Aroa Gutiérrez, dueña de librería-papelería Diocles, comparte la misma opinión, ya que sostiene que "la situación está fatal, porque las barriadas están muertas". La empresaria explica que "antes la calle era muy alegre y la librería iba bien, pero ahora nadie entra a comprar". El problema es que "hay buenos aparcamientos y en coche pasa mucha gente, pero no entran a comprar".