Nos ha abandonado Emilia González. Ha recorrido un largo camino con una dolencia que ha podido con ella. Sobrellevó el sacrificio de su enfermedad con tal entereza que su entorno familiar y de amigos supieron de su generosidad. Su marido, Miguel Hernández, llevaba el sufrimiento aún más dentro, su entereza era tal que supo cumplir con esa bendición del matrimonio: En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe . Así estuvo al lado de su mujer, juntos, como siempre.

Hemos perdido los ojos más bonitos de esta ciudad y una persona entrañable, como hija, esposa y madre. Cuando se pierde a una persona amiga siempre hablas a los más cercanos de resignación, sale bien de quien aconseja pero el que la recibe la sufre en sus carnes. Emilia era de esas personas que todos querían. La Basílica de Santa Eulalia estaba completamente llena y muchos no pudieron entrar y esperaron al final para poder dar el pésame a los familiares. Era una demostración de que su pérdida había calado hasta los huesos entre sus amistades, y allí se encontraban sus amigos, los amigos de su marido, Miguel Hernández, los amigos de sus hijos Sonia, Eva y Miguel, y todos acompañando su madre Cándida.

Muchas lágrimas. Demasiado joven para morir. Charlábamos hace poco con ella, era de conversación fácil y, a pesar de su enfermedad, animaba a los que tenía a su lado, y algún amigo que sufría alguna dolencia. Su enfermedad la llevó con tal dignidad que nunca perdió esa alegría que le caracterizaba ni su sonrisa, de ahí que se derramaran muchas lágrimas en el último adiós. Su marido guardaba celosamente su dolor para que no sintiera lo que en su interior pasaba.

Ha emprendido el camino que todos recorreremos. Había niebla en su despedida, como cuando se aproximan la fecha del día de la Mártir Santa Eulalia, esa niebla arropaba a Emilia para llevarla junto a Eulalia, ambas caminan juntas.