Aichatu Alisalem Abderrahman (Aissa como la llamábamos) es una niña saharaui de 11 años. Cuando descendió por la escalerilla del avión en Talavera, junto a 140 niños más el 1 de julio de 2005, aún no la conocíamos. Llegaron exhaustos y desaliñados con tantas horas de avión por el rodeo que les hacen dar por Orán. Luego, en el colegio, tras el trámite oportuno nos la asignaron, para pasar con nosotros dos meses de verano, unas vacaciones de paz.

Ya en el segundo día fue tomando confianza, y con su alegría y ocurrencias nos fue ganando a todos los de la familia y amigos. Necesitada de tantas cosas, procuramos que no le faltase de nada, sobre todo amor. Y así pasamos julio y agosto, en alegre convivencia. Pero se tuvo que marchar. Sus ojos de limpios horizontes lloraron al despedirnos; nosotros también. Los trinos y canciones de sus labios dejamos de oírlos. Pero nos quedaba la esperanza de volverla a ver este verano y contábamos los días que faltaban para tenerla otra vez entre nosotros. No ha sido así. Nos ha causado gran dolor y decepción.

Dicen que desde el campamento de refugiados en Tinduf, se ha trasladado con su familia a Mauritania, razones que no creemos, porque sabemos de sus maquinaciones y juegan con los sentimientos de las familias de acogida y con los sentimientos de los niños. Esto hace, que muchos matrimonios no quieran comprometerse.

Este año tenemos a Doulin . Una niña prudente y bonita, bien educada; que ya la queremos como a Aissa. Cualquier niño hubiera sido bueno, no nos importa, con tal de quitarlo dos meses de los 50 grados de calor y de las penurias que allí pasan.

Pero no podemos dejar de acordarnos de Aissa. De lo que estará pasando donde esté. Me tachan de sentimental y lo acepto. Sé que para el día que Doulin tenga que marcharse la querremos tanto, que también nos costará lágrimas. Se llora la esperanza cuando amamos, recelando que tal vez nunca volvamos a verla. Y temiendo ese día, en duda grita el corazón sensible: "Si jamás volveremos a vernos, ¿para qué amarnos tanto?" Pero de verdad: merece la pena. Doulin, reza mucho. Nosotros, somos creyentes. Por lo que nos queda una fuerza: unirnos en la oración. Ella, a Alá; y nosotros a Dios, que al final es lo mismo.

José Gordón Márquez **

Azuaga