Doctor en Historia

Sucede que buena parte de nuestros representantes públicos se esfuerzan en mostrarnos las bondades de sus iniciativas en determinadas épocas de forma tan apabullante que, en ocasiones, nos hacen dudar acerca de su previsible continuidad. Se llega al extremo de ofrecer pantomimas basadas en el discurso del charlatán que siempre ofrece más que el adversario. Sería por tanto bueno que la ciudadanía reivindicase la posibilidad, y no se alarme nadie, de perpetuar las campañas.

Se actuaría sobre la base de preconizar baterías constantes de actuaciones que mantuvieran viva la llama del interés por la res pública y, de ese modo, no solamente se visualizarían concretos, individuales, y por qué no legítimos intereses personales que rodean todo el ámbito de la vida política.

Sería asimismo encomiable verlos interviniendo de manera cada vez más familiar en nuestras vidas. Lo que no parece lógico y más cuando nuestra democracia parlamentaria ha adquirido un elevado grado de madurez, es que prácticamente resulten desconocidos para un elevado porcentaje de la población, un amplio elenco de, por ejemplo, nuestros diputados. Queda, por tanto, pendiente para la próxima legislatura una ingente tarea de exteriorización de la Asamblea, a la que la profesionalización de los trabajos de sus miembros contribuirá y permitirá esa búsqueda de agilidad y de connivencia entre representantes y representados.

Esta aprensión queda obviada desde el momento en el que intentamos poner en práctica la letra de los discursos. Como botón de muestra podemos mostrar el deseo recogido por la Uex de coger el relevo de las nuevas tecnologías implantadas por la Junta en los centros educativos y trasladarlas en similar línea en los estudios superiores. Que sea cierto.