Profesor

Troya arde. Pero de indignación. A la ciudad han llegado noticias de que un poetastro, jonio para mayor escarnio, ha iniciado la recopilación de los rumores y leyendas populares que se han extendido sobre uno de los acontecimientos menos gloriosos de nuestra historia. ¿Qué ha hecho Troya para que se la identifique con una palestra en la que los celos, la lujuria y las ambiciones campan por sus respetos? Parece que al tal Homero se le han agotado las ideas, si es que alguna vez las tuvo, y ha debido recurrir a la infamia hacia un pueblo, el insulto a unas gentes honestas y trabajadoras, para suplir lo que su imaginación le niega.

¿Acaso era Paris el único héroe que pretendía los favores de Helena? Helena, cuya belleza incubó el huevo que alumbró Leda, esposa de Tíndaro, había sido raptada por Teseo. Pero fue el amor quien la condujo hacia los brazos de Paris y por eso, Príamo, nuestro anciano rey cuyas riquezas materiales aun siendo proverbiales palidecían ante la riqueza de su espíritu, comprendiendo las debilidades que el amor produce en los seres humanos, acogió benevolentemente a la enamorada pareja.

Héctor, el más representativo de nuestros héroes, que durante diez años detuvo la ruina de Troya, no puede pasar a la historia como un ignorante, crédulo y ridículo militar que permite la entrada en la ciudad de un caballo, que dado su contenido debía ser de grandes dimensiones, ni morir amarrado a un carro de caballos y arrastrado a lo largo de las inexpugnables murallas de la ciudad por tres veces. Y por si fuera poco, incluso el honor, el valor y la intrepidez de nuestros egregios antepasados se ven cuestionados. Se infama a Aquiles de quien se sugiere que a punto estuvo de abandonar el combate poniendo en riesgo el éxito de la aventura. Se calumnia a Ayax, diestro en el arco y la jabalina, a quien se le atribuye la violación de Casandra en el templo de Atenea. Se minusvalora la inteligencia de Ulises, que propuso la idea del caballo y se distinguió durante el asedio por sus sabios consejos, al considerarle incapaz de volver a Itaca y verse obligado a vagar durante diez años por las costas mediterráneas.

Los troyanos debemos hacer todo lo posible y lo imposible para impedir que nuestra historia sea falsificada, nuestro honor vilipendiado y nos hagan aparecer ante el mundo como un pueblo ignorante, belicoso, lujurioso y nuestros héroes sean reducidos a la condición de mortales con los vicios aún más arraigados que en éstos.

Porque la historia dice que una vez se abra la espita sale todo lo que hay dentro y por lo tanto si consentimos esta primera burla nada de extraño tendría que al cabo de unos años otro bardo, otro pretendido rapsoda, volviera sobre nuestras vidas para continuar extendiendo en miles de idiomas las mismas mentiras.

¡Troyano! Si tuvieras la desventura de que en tus manos cayera un panfleto titulado pomposamente La Ilíada no dudes en arrojarlo al fuego para salvar el honor de Troya.