TAtdoro las bibliotecas. Me encanta ese olor (tienen un olor característico) y esas mesas con grandes estanterías llenas de libros a los lados o aun los estantes poblados de prensa y revistas. Y el silencio y los susurros inevitables y yo sola leyendo, mirando, pensando, buscando, escribiendo... Y adoro también las cafeterías.

Desde mi infancia, mis momentos de feliz soledad (o de solitaria felicidad) pueden resumirse en cafés y cañas con prensa, caminar por un gran parque (ah, El Retiro) en el que te sorprenden músicos, poetas, pintores..., en paseos al amanecer y al anochecer, la música mientras trabajo, una sala de cine (al lado del pasillo y, a ser posible, sin ruido de palomitas, cosa que hace años aún se lograba en algunos cines) y a ratos perderme en algún lugar en el más absoluto silencio.

Me reconozco nocturna. Leer, charlar, reflexionar, escribir, ver una peli... por la noche. Hay dos momentos del día que considero extraordinarios. Cuando anochece, las calles de la ciudad se empiezan a vaciar de gente, se encienden las luces de las ventanas y yo paseo tratando de adivinar (y a veces incluso viéndolo) qué sucede detrás de los cristales (¿ven la tele, cenan, leen, hablan, chatean, estudian, hacen el amor...?) y alegrándome de que disfruten del calor de hogar , del recogimiento hogareño tras un día de trabajo y cansancio. Es una sensación rara y placentera. Cada semana tengo la oportunidad de vivirlo cuando, después de actividades o cañas regreso a casa bajando por San Blas.

El otro momento es cuando la ciudad despierta. Es fascinante caminar por una ciudad a primera hora y detenerse a tomar un café bien tempranito. Cuando uno se despierta antes que el sol o después de una noche sin dormir quemando bares o casas de amigos. De las veces que he salido hasta tarde , esas noches de juerga hasta las mil, me quedo con las sensaciones, además de un buen baile, una buena conversación o unas buenas risas, de las calles cerrándose (y yo adentrándome en la espesura ) y, luego de unas cuantas horas, las calles abriéndose, las farolas apagándose y la luz natural asomando. Me maravilla.

Me encantan también los días luminosos y pasear y descubrir la vida y los colores, y si hay río (qué bellas las ciudades con río) pasearlo tranquilamente, y si hay mar (siento debilidad por las ciudades con agua, sí) acariciarlo. Y los días de lluvia escuchar música cerca de un gran ventanal.

Ha sido la Feria del Libro y he recordado. Y he ido a pegar carteles a esos templos de los libros y he vuelto a gozar de ese placer, sentada, mirando a mi alrededor sin más obligación que sumergirme en el paisaje, en paz. Y me pregunto qué pasará con las bibliotecas y las librerías cuando triunfen (si triunfan) los e-books. Me aterra. Soy así de antigua. O me voy haciendo mayor y me puede la nostalgia del parque, el libro, el cine, la gran avenida... en estos tiempos de tecnología y centros comerciales. Antigua y nostálgica. Menudo plan.