TCtuando llega la Navidad nuestros pueblos y ciudades se impregnan de un ambiente especial, muy diferente al de otras épocas del año, en el que las luces y los adornos engalanan las calles principales y nos sitúan, de manera clara, en el tiempo y en el momento que representa esta fiesta.

En los pueblos también se está imponiendo este ritual de luces y cada año que pasa, observamos como la Navidad es diferente y desde mi punto de vista, preocupantemente menos familiar, menos emotiva y con una marcada pérdida de identidad, motivada por la apatía con la que los ciudadanos la celebramos y con el poco esfuerzo que desde las instituciones más cercanas se viene ejerciendo en los últimos tiempos.

Recuerdo con nostalgia el ritual de la matanza --fuertemente debilitado e incluso casi al borde de la extinción por las exigencias sanitarias--, que un día sí y otro también rompían el silencio del amanecer y vestía de fiesta y de amistad los hogares. Esas jornadas de recogida de aceitunas en las que no se dependía de subvenciones y con una clara vocación de unidad, las familias arrimaban los hombros para recoger la cosecha del año, permitiendo mantener sin subsidios el principal exponente del oro líquido. Esas comparsas y pandillas que ya iniciado diciembre, zambomba y panderetas en mano, recibían a la Navidad entonando canciones, romances y villancicos, regalando sin caché a las futuras generaciones la oportunidad de conocer el importante acervo cultural y con ello, contribuyendo a la divulgación de nuestro patrimonio. Son sólo algunos ejemplos del declive en el que estamos inmersos.

Aún queda mucho de aquello y no está todo perdido. Estamos, por tanto a tiempo, de recuperar cuanto podamos, de transmitir lo que un día nosotros tuvimos la suerte de conocer a cambio de nada, y con ello, sin duda alguna, conseguiremos mantener la autenticidad de la Navidad en nuestros pueblos, y con ella la posibilidad de crecer como personas y como ciudadanos.

*Técnico en Desarrollo Rural