La reacción de Vladimir Putin a las nueva sanciones contra su país decididas por el Congreso de Estados Unidos no se ha hecho esperar: Moscú ha ordenado que a partir del 1 de septiembre Washington reduzca su personal diplomático en el país. Una decisión con la cual aumenta la presión sobre la Administración de Trump, ya que le obliga a tomar una decisión al respecto cuando las relaciones del presidente con el Kremlin marcan la agenda política estadounidense hasta niveles que a veces resulta difícil de creer. La improvisación y el descontrol se han instalado en la Casa Blanca a una altura que ni siquiera los más agoreros pudieron llegar a prever cuando Donald Trump tomó posesión de su cargo en enero. El último escándalo son los vergonzosos insultos del nuevo director de comunicaciones, Anthony Scaramucci, contra el jefe de gabinete, Reince Priebus, al que ha llamado «puto paranoico esquizofrénico» y al que acusó de filtrar información a la prensa. Un nuevo frente que se le abre a Trump a añadir al del Rusiagate, al de la precaria situación política del fiscal general, Jeff Sessions, al de la resistencia del Pentágono a aplicar el veto a los transexuales en el Ejército y a la incapacidad de derrocar el Obamacare en el Senado. La sensación de que en el peor de los casos nadie gobierna Estados Unidos y de que, en el mejor, lo hacen un puñado de incompetentes crece. Trump es un mayúsculo desastre, sobre todo para su propio país.