En los últimos años el avance secesionista en Cataluña ha copado hasta la saciedad los titulares de la prensa. Han sido años tortuosos, aburridos, en los que los argumentos de uno y otro lado se repetían sin añadir nada nuevo. (Uno ya no sabe si es el periodista quien se encarga de informar sobre lo que ocurre en la política o si son los políticos quienes se afanan a toda costa en darles a los periodistas algo de lo que informar).

¿Pero informar de qué, si el conflicto no avanza en ninguna dirección? No obstante, en las últimas semanas hemos vivido varios sucesos que constatan que el dinosaurio del independentismo, por usar las palabras de Galileo Galilei, sin embargo se mueve.

Glosemos las novedades. Jose Luis Trapero, el jefe operativo de los Mossos d’Esquadra, ha tenido que declarar dos veces en la Audiencia y por ahora le han quitado el pasaporte. Una jueza ha decretado prisión sin fianza para los presidentes de Ómnium Cultural y la ANC. Puigdemont proclama la dependencia unilateral y momentos después la anula. Los grandes bancos Sabadell y Caixabank, además de la editorial Planeta, Oryzon, Codorníu y otras 500 empresas han abandonado Cataluña en tan solo unos días y dejarán de facturar en la comunidad rebelde miles de millones de euros. Los españolistas catalanes pierden el pudor -y sobre todo el miedo- y se echan a la calle en masa. Miles de banderas españolas ondean por toda España. Los partidos que apoyan a los independentistas (Podemos, Comú Podem...) caen en las encuestas que miden la intención de voto. Numerosos Mossos d’Esquadra piden pasarse a la Guardia Civil. Artur Mas deposita 2,2 millones de euros por organizar el 9-N. El gobierno está a punto de suspender la autonomía catalana aplicando el artículo 155. Y lo que es aún más inaudito: Pedro Sánchez apoya a Rajoy.

Dejando a un lado estas pequeñeces, la desconexión catalana va viento en popa.