Siempre me pareció que Womad iba por delante de los tiempos. Como que, debates aparte de las cuitas de ciudades de provincias, este festival es y será, rotundamente, un soplo de aire de fresco allá donde vaya.

No, no crean que voy a hacer en las próximas líneas un panegírico de las bondades del certamen de las músicas del mundo que ha cerrado un fin de semana apoteósico en Cáceres. No es mi intención porque quizá alguno de ustedes pensará que soy juez y parte de esta historia que empezó en la ciudad donde nací cuando yo era un chaval de 20 años.

Si la música es cultura y logra emocionar a la gente, Womad lo ha conseguido con creces. Es tan difícil alcanzar la comunión entre festival y público que haberlo hecho debería de ser la mayor satisfacción de los organizadores.

QUE COMPLICADO es cambiar, al menos por un par de días, las inercias de las ciudades en las que la novedad cuesta un mundo. Sin embargo, y llegados a este punto de éxito, deberíamos reconocer que casi todo ha ido evolucionando para bien. Que luego haya comportamientos incívicos no es sino otra cosa que la consecuencia de la acumulación de público y, por supuesto, de la falta de civismo de una parte de los asistentes.

No borra ni mucho menos esto la satisfacción que Extremadura, y principalmente Cáceres, deben sentir al término de una experiencia llena de luz y asistentes.

Son curiosos estos tiempos, tan expuestos al impacto positivo y negativo de las redes. Tanto, que las ciudades parecen más de lo que son cuando brillan con luz propia gracias a las apuestas que existen en ellas. Extremadura, repito, ya lo sabe. Y lo mejor es que puede presumir de ello para que lo sepa el mundo entero.