TRteconozco mi fracaso, mi tremendo fracaso, al vaticinar que Montilla no sería presidente de la Generalitat. La predicción se basaba en suponer que, si el electorado había castigado con la retirada de su confianza a los dos partidos más importantes del tripartito anterior, se suponía que una reedición de la fórmula significaba no captar el mensaje del electorado, pero está claro que mi sensibilidad es diferente a la de los políticos, y si ellos han entendido que la lista más votada de todas, la de CiU, es la que debe ir a la oposición, será porque ellos así lo entienden, con esa sensibilidad especial para traducir la voluntad del pueblo. Se supone, como el valor en el soldado, que las decisiones tomadas por Montilla y sus nuevos-viejos socios se basan en defender los intereses de la mayoría de la población, y están lejos de sus intereses personalistas o partidistas.

La nueva-vieja situación sitúa a un charnego en el Palau de Sant Jaume, que es algo así como si un soriano llegara a lehendakari en el País Vasco, lo cual abre perspectivas interesantes, dado, por ejemplo, que uno de los principales problemas que percibe el ciudadano catalán no es el desarrollo del estatuto, ni que los paquetes de compresas o los preservativos vengan rotulados en catalán o en castellano, o que el señor Mas vaya al notario a firmar la escritura de un piso o a declarar que nunca se casará con Piqué por lo civil, sino que está preocupado por la inmigración, la inseguridad y la deslocalización industrial, asuntos en los que saberse con mayor o menor precisión la letra de Els Segadors no va a servir para solucionar esos problemas. Terminados los sueños y logrados los anhelos, gobernar es una tarea en la que sobran los folclorismos y nunca sea suficiente con el sentido común, la inteligencia y la dedicación.

Para los ciudadanos, en la mayoría de las ocasiones, lo que más esperamos de un nuevo gobierno no es que nos arregle la vida, sino que no nos la estropee.

*Periodista