Suena el tic tac del reloj, monótono, adormecedor, y mi gato duerme, ovillado en el sofá. Mi gato dormía en el sofá, cuando era noticia Juan XIII, y el Concilio Vaticano II. Mi gato bostezaba indiferente cuando la tele daba la noticia del asesinato en Dallas, del presidente de EE UU, John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. A mi gato le daba igual la guerra del Vietnam o el general De Gaulle, o el canciller alemán Adenauer. Mi gato dormía feliz plácidamente, mientras había al otro lado del mundo volcanes en erupción, terremotos en Chile, o se quemaba la olla en mi casa. Mi gato dormía y dormía, y sonaba acompasado el tic tac del reloj de péndulo del salón. Cuando el presidente Arias Navarro con la voz ahogada por un conato de llanto anunciaba, "Españoles, Franco ha muerto", en televisión, mi gato abría los ojos, se desperezaba un poco, y volvía a ovillarse en el sofá. Era el veinte de noviembre de mil novecientos setenta y cinco. Anochecía, y mi gato no era ya el gato del concilio, ni el gato del Vietnam. Era el gato de la muerte de Franco. Era otro gato, mi gato.

El reloj de péndulo sonaba melancólicamente a medianoche, como en un cuento de Poe, y mi gato, después de regresar de la calle con luna, dormía oscuro y quieto en un rincón del sofá, como un gato de peluche. Cuando vino la Democracia del la mano del rey Juan Carlos y del presidente Suárez, anunciada en el periódico y en la televisión, a mi gato, el hecho no le aportó nada, porque, aunque Matías Prats, que era un joven locutor que estaba en plantilla desde lo de Franco, hablaba como los ángeles de ello, mi gato, que como he dicho no era el gato del Vietnam, pero que seguía siendo mi gato, dormía tontamente, como un gato egipcio, o como un gato persa, en el sofá. El péndulo del reloj se movía de un lado a otro sin parar, una y otra vez, y a las horas en punto sonaba con aquel sonido vibrante y soso que tenía.

Mi gato, que no es el gato del Vietnam, ni el del concilio, ni es el gato de la muerte de Franco, ni el gato del rey don Juan Carlos, ni el de la Democracia, pero que sigue siendo mi gato, duerme sosegadamente, como si le diera igual el mundo, y no le importa Rajoy, ni el señor Sánchez, ni Ciudadanos, ni Podemos, porque no piensa votar. El reloj de péndulo da una hora vibrante y sonora y mi gato no se despierta, parece un gato muerto.