El azote de la guerra dejará secuelas de por vida a los niños y adolescentes de Gaza. No solo en forma de mutilaciones, sino por el impacto psicológico de las penalidades que deben soportar. Las cifras que recoge hoy EL PERIODICO --4.500 heridos, de los cuales 1.500 son niños y 640, mujeres-- es algo más que la trágica contabilidad de los supervivientes alcanzados por los combates.

¿Puede alguien sobreponerse a esta herencia infame? ¿Cabe imaginar a alguien con la suficiente presencia de ánimo para vivir con estos recuerdos sin sucumbir a ellos? Quizá sea factible para un pequeño segmento de población con una capacidad de resistencia fuera de lo común, pero es inevitable que el grueso de estos jóvenes, zarandeados por la guerra y la prédica desbocada de Hamás, llegue a la conclusión de que el futuro no existe o carece de atractivos. De ahí a abrazar la causa de los fanáticos media un paso.

Mientras el ballet diplomático deshoja la margarita del alto el fuego y sigue el asedio de la franja, crecen las dimensiones del trauma: ayer se superaron los mil muertos, 300 de ellos, niños.