La actualidad es siempre variada y a veces los medios se ocupan de cuestiones de suma importancia. Es lo que ocurre ahora con la grave enfermedad que sufre Copito de Nieve, del que se anuncia una muerte inevitablemente próxima.

Han hecho bien avisando de su grave dolencia. Estamos preparados para lo que ha de venir y así sus amigos, que son muchos, pueden rendirle una visita que seguramente será la última. Pensemos que llegó a Barcelona hace más de 36 años, lo que significa que en muchas familias hay dos generaciones de admiradores del gorila. Primero lo fueron los que ahora son los padres y después lo han sido sus hijos. Lástima que el cariño por el simio ya no podrá transmitirse a los nietos.

Hay un debate ahora sobre si celebrar alguna ceremonia fúnebre. Laica, por supuesto, y sin necesidad de tenerle allí de cuerpo presente. Si el voto del columnista ha de servir para algo, que conste aquí que es partidario de despedirle como merece, con un acto alegre que merezca ser recordado, en el que sólo intervengan la infancia y profesionales de la farsa. Nada de dar voz en el acto a los políticos, que serían capaces de meter a Copito en el debate electoral. Vale una intervención del grupo Comediants. Algo grandioso y tierno a la vez. Recuérdese la marcha de Cobi en la clausura de los JJOO. Quedaría muy bien.

Magnífica la idea de dedicarle una calle. No se trata de desnudar a un santo para vestir a otro, pero alguna debe haber de cuyo nombre se podría prescindir. Por lo menos, toda la ciudadanía sabría la significación del nombre, lo cual pocas veces ocurre.