TVtenía Miguel Pino con su Peneque el valiente y La bruja Piruja aquel concurso La ruleta del saber, y todos los niños de Badajoz cabíamos en el saloncito de actos de la SER en la calle Santa Lucía para contestar las preguntas y ganarnos un pase para asistir al guiñol gratis los jueves. Entonces nos emocionaban los muñecos del guiñol y las tazas de Cola Cao calentitas, porque la España de los cincuenta no daba para mucho más. Todos los conflictos se dirimían entre el forillo de tela negra, las estacas de las marionetas y el falsete de aquellos actores que dejaban su piel en el tabladillo por una causa trascendental como era el rapto de una princesita de cartón piedra.

Han tenido que pasar cincuenta años para que me haya vuelto a emocionar con los muñecos de un guiñol en esta España que cada vez se parece más a aquélla. En un país en el que oficialmente no existen causas trascendentales, donde no ocurre nada (salvo guerras, naufragios y agresiones a trabajadores, mujeres e inmigrantes) que llegue a la categoría de debatible, han tenido que ser las marionetas las que se encarguen de emocionar al personal. Dos marionetas han oficiado uno de los debates más interesantes de la historia de España. Donde las peticiones de un candidato, Rodríguez Zapatero, se han estrellado contra la negativa del otro, Rajoy, el cartón piedra y el forillo de tela negra han servido para que los españoles nos ganáramos a pulso el derecho a seguir concursando y, de paso, debatir en la ficción lo que nunca jamás (al menos por ahora) se podrá debatir en vivo. Los hijos de Miguel Pino, que continúan con el espectáculo de marionetas, tienen trabajo asegurado si Rajoy llega a la Moncloa.

*Dramaturgo