Puede que me esté haciendo viejo y, por tanto, excesivamente receloso y suspicaz. Suponiendo, claro, que ambas circunstancias sean propias de la aproximación a la tercera edad. Pero dígame usted, si logró ver en directo la comparecencia de Mariano Rajoy tras su cumbre en La Moncloa con Zapatero , o la de la vicepresidenta en La Moncloa, si sacó alguna otra cosa que lo del negro en el sermón, es decir, los pies fríos y la cabeza caliente.

Estuve allí, en la sede de Génova, que casi estrena una magnífica sala de prensa, pero no estrenó una información completa por parte de Rajoy, que pronto cortó el turno de preguntas sin haber llegado a satisfacer la curiosidad de los informadores.

Y entonces:

X¿LE PREGUNTOx o no le preguntó directamente Rajoy al presidente Zapatero si se había reunido alguien enviado por el Gobierno con ETA la pasada semana, como decimos en los medios de comunicación?

¿Le informó suficientemente o no Zapatero a Rajoy sobre estos encuentros, quién los encabeza y de qué se trata en ellos?

¿Hubo, en consecuencia, o no hubo, pacto de silencio entre el jefe del Gobierno y el de la oposición para ocultar información sensible y no dar al traste con el posible proceso de paz?

Yo solamente puedo decir que, tras lo dicho por Rajoy y, luego, por María Teresa Fernández de la Vega al término del Consejo de Ministros --versiones, claro, contrapuestas: no faltará quien ponga una versión frente a la otra, comparándolas-- , se ha abierto un amplio margen para la especulación. Ya verán cómo no me equivoco, y las filtraciones interesadas empiezan pronto. Una vez más, habría que insistir en que ni la rueda de prensa de Rubalcaba hace tres días, ni los corrillos de periodistas en torno al presidente o al líder de la oposición, ni las ruedas de prensa sin preguntas o casi sin ellas, ni las filtraciones amigas sirven para hacer la luz, sino más bien para taparla. Y comparecencias como las de Rajoy y Fernández de la Vega no contribuyen, precisamente, a hacer más luz en las semitinieblas informativas en las que vivimos.

Lo siento, pero sigo pensando que nada gusta más a nuestros políticos que llegar a acuerdos de silencio frente a terceros, entendidos estos como ciudadanía. Porque ello les da poder sobre los ciudadanos, aunque el pretexto sea siempre el bien de esos ciudadanos, o quizá súbditos, quién sabe, a los que se supone encantados por el espectáculo tradicional de la lotería y nada deseosos de que les cuenten lo que de en verdad ocurre en cuestiones tan nimias, parece, como la marcha hacia el fin de la pesadilla de ETA.

*Periodista