El escaso margen obtenido por Tzipi Livni en las elecciones para la jefatura de Kadima, partido centrista, no es un buen augurio para el futuro político de la segunda mujer israelí (la primera fue Golda Meir) que podría convertirse en primera ministra si fructifican las negociaciones para una coalición que sustituya a la encabezada por Ehud Olmert, desahuciado por los escándalos de corrupción y el descalabro de la última guerra del Líbano (2006). Las credenciales de Livni, ministra de Exteriores, son impecables: espía del Mossad, nacionalista radical, discípula de Sharon y con reputación de incorruptible. Pero su reciente conversión a la urgente conveniencia de crear un Estado palestino, aunque solo sea para garantizar la esencia judía del Estado de Israel, concita contra ella las furias de los teóricos de la seguridad, agazapados detrás de su principal adversario, Saul Mofaz.

Responsable hasta ahora de las conversaciones de paz, Livni cuenta con el apoyo de EEUU, pero se enfrenta al reto de vencer las reticencias dentro de Kadima para fraguar una coalición con el Partido Laborista y evitar las elecciones anticipadas (previstas para 2010), única manera de avanzar por el arduo camino de mejorar la suerte de la población de Cisjordania, contrarrestando la frenética propaganda de Hamás, y ahorrar al presidente Mahmud Abbás la última humillación. Estas serían las condiciones mínimas para preservar la solución de los dos estados, siempre que la colonización se detenga y prosigan los contactos con Siria. Si Livni tropieza en alguno de los obstáculos, el Likud podría volver al poder y enterrar la negociación con los palestinos.