TOttra vez Cáceres de luto. En pocos días dos muertes violentas: un delirante velocista dejó en la acera de Virgen de Guadalupe a María, y hace unas horas un loco descerrajaba una pistola en La Madrila y dejaba al bueno de Alejandro, un cacereño de 19 años, muerto en el suelo. No recuerdo ni escribo para sanar y dormir sino para exigir que esa sensación de impunidad que flota en el aire de la ciudad desaparezca.

Ese delirante carrerista que mató a María, paseaba, al día siguiente, en libertad provisional, por el escenario de la muerte, donde pudo, impunemente, ver a amigos y familiares de la difunta llorando y recordando el pálpito de su corazón, la sonrisa de sus labios y el brillo de sus ojos. Mientras, un conocido abogado cacereño era urgentemente ingresado en la cárcel, durante ocho días, por una pequeña presunta estafa económica en un departamento oficial.

Los jueces tienen razones que el corazón ciudadano no entiende: entre uno y otro proceder el hombre de la calle aprecia licencia para matar en un caso y mano dura en el otro: ¿están las relajadas decisiones judiciales suavizando el trato al matador y aplicando los rigores jurídicos al pequeño estafador contra toda lógica cívica y entender social? ¿Es la nuestra una sociedad desconsiderada con la vida humana pero cuidadosa en extremo con cualquier cuestión relacionada con el dinero y el capital? Todos sabemos que el filo del derecho puede cortar hacia una y otra parte, según quien lo maneje y hasta hemos padecido el absurdo retorcimiento de los argumentos para justificar lo injustificable, ¿pero autoriza eso a no tener en cuenta la postración, el encogimiento anímico, la ira y el recelo de toda una ciudad que percibe que ciertos delincuentes campan por ella muy pertrechados de eximentes y atenuantes, más allá de lo que el sentido común puede entender?

No estoy errando el tiro: los jueces no son los culpables, pero al sancionar a éstos adecuadamente proporcionan garantía y seguridad al inocente, en este caso a una ciudad que requiere, con urgencia, un aire libre de impunidad y una calle sin emboscadas ni luctuosos ramos de flores por sus jóvenes. O sea.

*Licenciado en Filología