Llega un momento en la vida de todo aquel que se dedica a la enseñanza que marca un antes y un después, una inflexión que condicionará nuestra forma de llegar al aula.

Tiene que ver con la edad, aunque no siempre. Hay maestros y profesores que nacieron viejos, y al revés, también existen los que se mantienen jóvenes y activos hasta el día antes de su jubilación.

Ese momento llega sin avisar, por supuesto, aunque va emitiendo señales poco a poco. Un día, los alumnos te preguntan quién es Nuria Espert o Paco Rabal, y tú no das crédito, y quieres pensar que es cuestión de incultura, no de desfase horario.

Al fin y al cabo, un profesor de lengua y literatura está acostumbrado a mostrarles autores que llevan siglos muertos, o eso les parece.

Pero llega también el día en que no saben quién es Marta Sánchez ni por qué aparece en Sin noticias de Gurb, ese libro magnífico. O quién es Lina Morgan, o Martes y 13, y uno se da cuenta de que a fuerza de echarse años encima, ya no comparte referentes con sus alumnos.

Como solución, existen tres opciones. O te hundes definitivamente en el pozo de lo mal que está la enseñanza y lo poco que saben estos jóvenes de hoy en día, olvidando que eso mismo decían de nosotros quienes nos enseñaron lo que sabemos ahora.

Y sigues insistiendo en el sujeto lírico o en el parangón entre Góngora y Quevedo, sin leer un texto, embadurnando de teoría lo que solo puede ser práctica.

O tratas de acercarte a los alumnos y volverte como ellos, y acabas perdiendo el norte, porque por mucho que te esfuerces, no vas a volver a tener dieciocho años, y qué pasa, tronco, solo provoca las burlas de aquellos a los que te empeñas en llamar colegas.

Queda, eso sí, el último recurso. El más trabajoso. Se llama sentido común, y te obligará a escuchar alguna batalla de gallos, esas rimas o improvisaciones tan de moda ahora, y a leer alguno de pocos los textos que consiguen atraparlos.

Luego, ya está en tu mano buscar el equilibrio. Cuánto cedes, cómo los llevas hacia los clásicos, qué referentes te gustan, cuáles les gustan a ellos, y sobre todo, cuál es la manera de seguir enseñando a hablar, escribir, leer y comprender lo que leen, ya sea con la Marta Sánchez de Mendoza, o la Beyoncé de turno.

Puede que este sea el único caso en que el fin justifica casi todos los medios.