Sociólogo

APedro Duque, nuestro más insigne cosmonauta, lo que más le ha llamado la atención allí, en el espacio, es "dónde están las cosas". No se sabe qué ha querido decir con tan inquietante frase. ¿Será que por ahí arriba anda todo manga por hombro?... o tal vez todo lo contrario y va a resultar que donde no ha puesto la mano la humanidad está todo como Dios, como Dios manda quiere decirse. Aquí sin embargo, en la Tierra, lo que llama la atención no es dónde están las cosas, sino cómo están las cosas. Hay para elegir. Andamos tan surtidos de calamidades que, apuntemos donde apuntemos, podemos alcanzar sin esfuerzo alguno los más óptimos estados anímicos de desesperación, rabia, decepción y depresión. Guerras, hambre, enfermedades, desastres ecológicos y, nuestro penúltimo logro como especie: el terrorismo internacional.

Todos estos inventos humanos , salvo las enfermedades (y no todas) podrían evitarse aun siendo, como nosotros, eviternos; o sea, que han tenido un principio simultáneo con la aparición del género humano, pero al parecer no tienen fin; como Dios, que, además por ser eterno, tampoco tuvo principio.

Nosotros, visto cómo están las cosas por este planeta, debemos carecer de otra clase de principios; sorpresivamente incluso de aquéllos que deberían regir el buen gobierno sobre el futuro de nuestra especie; es decir, de continentes, países, ciudades, pueblos y de todos y cada uno de nosotros y nosotras. Está claro para qué estamos empleando la libertad que justamente demandamos, el conocimiento que orgullosamente adquirimos o los sentimientos que generosamente compartimos.

Pero no debemos caer en el desánimo. Somos lo suficientemente idiotas como para no haber sabido construir un mundo mejor hasta la fecha (total sólo han pasado unos tres mil años... día más, día menos) pero lo suficientemente inteligentes como para haber elaborado un mapa del universo que prueba la omnipresencia de una "energía oscura" (el entrecomillado es de los científicos, no mío) en el cosmos. Y esta energía oscura supone el 70% del universo, el 25% es materia oscura y el resto, o sea, nosotros y las estrellas, el restante 5%.

Ya sabemos que, astronómicamente hablando, no somos nada del otro mundo; que la materia oscura es cosa de Stephen Hawking y sus agujeros negros y que nuestras notas en conducta, una vez demostrado el tratamiento que le damos a la parte que nos toca de la materia ordinaria, son capaces de sobrecoger de orgullo al mismísimo Lucifer.

En conclusión: más nos vale que las cosas que estamos intentando descubrir más acá del más allá, aunque no sepamos si están bien donde están, sean mejores que las que hemos construido hasta ahora aquí, en la Tierra. Debemos tener la confianza suficiente en la materia ordinaria (nosotros) como para estar seguros de que nuestro futuro, por muy negro que esté ahora, no va a terminar formando parte ni de la materia oscura ni de la energía oscura. Por muy ordinaria que sea la materia de la que estamos hechos y por si acaso, conviene mejorar para no desentonar con el universo.