Millones de personas mueren en el mundo pobre sin que en sus vidas se note un gramo de esperanza de que cambie esta situación, mientras el mundo rico se entretiene en grandes debates, cumbres y promesas para acabar con el hambre, la enfermedad y la muerte de millones de seres humanos. Pero la experiencia nos dice cuán inútiles son y cuán escasos resultados se obtienen de esas rimbombantes reuniones.

No confío en la solidaridad del mundo rico para solucionar los problemas de los más desfavorecidos; nuestro egoísmo jamás lo permitirá.

La mejor solidaridad para acabar con la miseria, la enfermedad, la explotación y la muerte de millones de desheredados es el control de natalidad, es que no lleguen a nacer.

Puede que parezca demasiado radical, excesivo o injusto, pero más cruel es que nazcan para morir famélicos y derrotados por la impotencia, la enfermedad y la injusticia.

Sólo programas de educación e información que les enseñen a controlar la natalidad, de forma responsable, evitaran la muerte prematura de tantos seres vulnerables e indefensos.

Pedro Serrano Martínez **

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