Supongo que ya está usted enterado de la noticia. Rotunda negativa del Ayuntamiento de Cáceres a la mina de litio en el paraje de La Montaña. Suelo pasear por allí y lo último que se me ocurriría hacer sería una explotación minera a cielo abierto.

A cielo abierto, sí. Independientemente de los procedimientos administrativos a los que las empresas tienen derecho, sigue sorprendiéndome una barbaridad por qué algunos se empeñan en negar el griterío ciudadano en contra de determinados proyectos como éste. Hablando de este mismo asunto en una reunión de amigos, alguien se atrevió a decirme que la propuesta de esta mina de litio era solo un globo sonda para medir la oposición del personal, pero que nunca vería la luz por el impacto visual y en el paisaje tan agresivo.

Ni que decir tiene que es preferible para el político no poner a prueba a los ciudadanos cuando se trata de proyectos delicados con el medio ambiente. Y esta mina lo es. Percibo de igual forma un cierto hartazgo entre la población cuando se la trata de convencer de algo argumentando la creación de empleo y las bondades para el desarrollo empresarial de la ciudad. No nos hace falta a los cacereños, con todos mis respetos a los solicitantes, esta mina. No encajaría en la promoción de una capital eminentemente turística, donde las industrias fuertes son un espejismo y donde, seamos claros, todo lo que no vaya en esa línea de un modelo slow de vida y estancia es tirar piedras contra nuestro propio tejado.

Por eso sorprende aún más que tengamos que esperar tanto a que los políticos se pronuncien y hagan suya una demanda ciudadana tan justa como coherente. Cáceres saltó a los medios de comunicación por ser uno de los escenarios de Juego de Tronos. Ni me imagino qué sería de esa fenomenal promoción si mañana se autorizara un boquete a cielo abierto donde solo debe haber campo para toda la vida.