Profesor

Mi familia es muy crédula. Se lo cree casi todo. Por ejemplo, cree en el Día del Padre. Esta no es una característica exclusiva de mi familia, pues hay mucha gente que participa de esta creencia en todo el mundo, en Etiopía no creen en estas cosas. Como allí no hay El Corte Inglés.

Unos días antes del 19 de marzo comienzan a sondearte como quien no quiere la cosa. "¿Qué necesitas?". Uno, que conoce el truco, decide cortar por lo sano: "No necesito nada. Ya me ´habéis regalado´ muchas cosas". Piénsalo, que te quedan cuatro días. Como no les das pistas se convierten en exploradores de tus bolsillos, de tus papeles, de tus cajones y descubren que el billetero está ajado, los papeles necesitan un contenedor de piel para ser recogidos, solamente tienes un par de calcetines negros y casi ningún pañuelo. Su labor de espionaje llega al armario, aparecerán ante tus ojos con un jersey repleto de bolas, una camisa con el cuello pasado y, su más clara obsesión, ¡una corbata con lámparas!

Como les ves las intenciones comienzas a proponer alternativas. "Me vendría bien un DVD". Parece que no tiene buena acogida, pues los nenes tienen una play station y a tu esposa ni le suena. El hijo pequeño, que es un lince, te propone un trato inmejorable. Para él, claro. "Te regalamos un teléfono móvil de ultimísima generación y, como tú no sabrás utilizarlo, te lo cambio por el mío". Esperas que el mayor no siga con las propuestas, pero sigue. "Te compramos un Clio (más niños, no, dice la abuela, aunque sean chinos), tú te quedas con él y yo me llevo el grande". La niña es más generosa y te ofrece una camisa de marca como la que lleva Bisbal. A quién habrán salido, porque a mí no se me hubiera ocurrido hacerle tales propuestas a mi padre. La abuela piensa que necesitas una faja para el frío.

En fin, tras muchas sugerencias y ocurrencias, salimos a comprar el regalo. Este año son dos. Un frasco de colonia y una corbata. ¡Qué generosidad! Y es que la familia, cuando se pone a regalar al padre, demuestra una originalidad tremenda y sobre todo pragmatismo. Envuelto para regalo, eso sí. Con su lacito y su pegatina: "Felicidades". Como no le quitas ojo a la dependienta, que está de muy buen ver, no te enteras de nada y cuando enseña el recibo te das cuenta que te has quedado más solo que la una, de manera que sacas el billetero que te regalaste en Reyes y pagas.

El día señalado, antes de que entres en el baño, te rodean de gritos, te cubren de besos y te dan el paquetito. Te sientes obligado a abrirlo con expectación y dedicas un largo rato a romper el envoltorio ante el reproche de la esposa, que tenía destinado el papel y el lacito para futuros regalos. Es imprescindible poner cara de admiración, abrir bien los ojos, "¡Qué sorpresa!" y repetir que te viene muy bien, pues lo estabas necesitando. Y por si no tenías bastante, te invitan a comer en un restaurante. Resignado en tu agonía, no aciertas a suplicar otra cosa que: "Pero que no sea un chino". Que mal pensado eres. Si es una pizzería.