El nuevo comandante en jefe de la gran superpotencia no ha tenido tiempo de hacer la paz, pero tiene de la guerra un concepto radicalmente distinto del de su predecesor. Puede que no sea suficiente para merecer el Nobel de la Paz, máxime cuando Obama acaba de decidir aumentar el esfuerzo bélico en Afganistán. Pero sustituir la agresividad imperial de Bush por el reconocimiento de que la guerra, a veces inevitable, debe cumplir importantes razones y condiciones para ser "justa", es un cambio radical en la consideración del uso de la fuerza por Estados Unidos. Y, tratándose de una potencia imperial mundial que reina sobre un mundo globalizado, no es poca cosa. Ciertamente, no vivimos en un mundo irénico en el que se pueda renunciar al uso de la fuerza. Los europeos, que tanto denunciamos, cuando la invasión de Irak, el cinismo del uso de la fuerza sin el amparo de la ley, no deberíamos caer en el angelismo de creer que la ley puede subsistir sin el amparo de la fuerza.

El Nobel de Obama es el cuarto que recibe un presidente de EEUU. Y el momento es bueno para preguntarse si los estadounidenses son o no una fuerza de estabilización global, de paz o de guerra, si son intrínsecamente de Marte, como decía Fukuyama , o pueden ser tan de Venus como los europeos, convertidos a la causa de la paz después de nuestras dramáticas experiencias bélicas.

XPROBABLEMENTEx el vigor y la agresividad militar de EEUU son inseparables de su historia. Nacidos como el laboratorio de una utopía, la de crear en un territorio supuestamente virgen (previa eliminación de las tribus indias) una sociedad democrática construida por emigrantes libres de las herencias de sus tierras de origen, en poco tiempo conquistan y unifican su territorio, de océano a océano, quitándole un buen pedazo a sus vecinos, ejercen una celosa hegemonía sobre todo el continente americano, son la primera potencia económica desde finales del XIX, y se imponen, tras ganar dos grandes guerras calientes y una fría, como el guardián de la paz planetaria.

EEUU se construye sobre el capitalismo y la democracia y su pax americana requiere la universalización de ambos. Pero en los momentos cruciales de su historia, EEUU tiene que reconocer la necesidad del uso de la fuerza. Wilson hubiera querido hacer la paz entre los europeos solo con sus palabras, pero tuvo que mandar a sus boys a las trincheras de Flandes antes de conseguir hacerlas triunfar con la Sociedad de Naciones. Y Roosevelt , frente a Berlín y Tokio, comprendió que la pax americana solo podía venir de una fuerza aplastante, con bombas atómicas incluidas.

No hizo falta recurrir a ellas para ganar la guerra fría, pero fue la incapacidad de seguir el colosal esfuerzo bélico americano lo que destruyó la economía soviética. Y algo de razón tienen los americanos cuando dicen que los europeos hemos gastado en seguridad social, sanidad y pensiones los recursos que ellos han destinado a la seguridad militar, bajo cuyo paraguas nos hemos refugiado.

Después del 2003, la ocupación de Irak para convertirlo en una democracia, aunque sea a la fuerza, refleja todas las contradicciones de un país traumatizado por una amenaza terrorista capaz de golpearle en su propio territorio. Esta es una gran novedad para un país continente que a lo largo del siglo XX era una fortaleza intocable y tenía, al menos en teoría, el predominio de los valores democráticos. Pero el mundo que ha emergido después de la guerra fría ha cambiado radicalmente este escenario. Las nuevas amenazas terroristas pueden golpear en el corazón del territorio americano y la proliferación de armas nucleares obliga a nuevos compromisos, como el que firmó Bush con la India en el 2006.

El 11 de septiembre EEUU tomó conciencia de su nueva vulnerabilidad. Y después ha aprendido que las guerras de las que depende su seguridad no se ganan tecnológicamente y a distancia. Hay que ocupar el terreno y ganarse a la gente, en lo real y en lo cotidiano. Y lo que ha venido ocurriendo en Afganistán, con el trato dado y las bajas causadas en la población civil, es todo lo contrario de una construcción democrática.

Y esta ya no es la exclusiva de Occidente bajo una supervisión de Washington, siempre dispuesto a hacer las excepciones necesarias, como con Franco y Pinochet entre otros, para garantizar las ventajas geopolíticas. Afortunadamente, desde el fin de la guerra fría la democracia se ha extendido en Asia, Africa y América Latina, con efectos no siempre favorables para la hegemonía norteamericana. Véase si no lo que está ocurriendo en Bolivia. O en Irak, donde el intento de implantar la democracia a golpe de misil para construir un Estado amigo se da de bruces con la realidad de un país fragmentado entre chiís, sunís y kurdos, en el que es muy difícil construir una realidad nacional democrática. Salvo que sea uniéndolos a todos contra un enemigo común, lo que muchas veces en la historia ha sido el camino más corto para crear una nación.

En estas circunstancias, la predisposición del nuevo Nobel a que su país, a pesar de su hiperpotencia, se comporte en pie de igualdad con los otros estados del planeta ya justifica el premio.