Aunque el título del libro del escritor venezolano Moisés Naím El fin del poder es sin duda exagerado, es cierto que el poder ya no es lo que era. Él lo expresa de forma muy sintética: «En el siglo XXI, el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder».

Durante los últimos veinte años se ha ido acuñando la expresión ‘quinto poder’ para referirse a internet. La posibilidad de que, por primera vez en la historia del ser humano, cualquiera pueda crear contenidos autónomamente, difundirlos y llegar a millones de personas, genera un escenario completamente nuevo.

Sin embargo, en mi opinión los cambios van más lejos de internet, pues tienen que ver con todo lo relacionado con la expansión de las nuevas tecnologías de las comunicaciones. Además, la expresión ‘quinto poder’ resulta hoy anticuada; hoy ya no es el quinto, sino el segundo.

Que es el segundo poder es una conclusión sencilla, en cuanto que los otros cuatro ya son solo uno. El poder ejecutivo, el legislativo y el judicial --con importantes y honrosos matices en el caso de este último-- forman parte del mismo conglomerado del aparato del Estado, completamente dominado por las élites de los partidos políticos.

Los medios de comunicación, que eran el cuarto poder, ya están controlados --hechas las obligadas excepciones-- por grandes empresas muy cercanas al establishment político, lo que ha limitado dramáticamente su independencia y les ha introducido en el mismo paquete que los otros tres poderes, conformando así, los cuatro juntos, lo que podríamos denominar «el poder».

Y frente a ese poder, que ha ido cerrándose sobre sí mismo para defenderse mejor de los ataques externos, solo cabe ya un contrapoder. Lo que ha ido haciendo la ciudadanía, de forma espontánea y solo a veces consciente, es ir aprovechando el desarrollo tecnológico de la comunicación (aviones más baratos, mejores carreteras, trenes más rápidos, internet y su inmediatez, aplicaciones de mensajería instantánea, teléfonos móviles inteligentes y un larguísimo etcétera) para ir creando redes de inteligencia colectiva inéditas en la historia, que cada vez son más amplias y más inteligentes.

Como dijo Sun Tzu en El arte de la guerra, «la perfección de un ejército en cuanto a la forma consiste en no tener forma [...] Pero es la forma lo que da una victoria total sobre un enorme ejército sin que éste llegue a comprender cómo». Eso son las nuevas redes sociales ciudadanas: un ejército invisible que, por no tener forma inicial, ha ido adquiriendo un poder discreto que ahora empieza a tener la forma necesaria para pensar en una victoria impensable hace un lustro.

Así pues, el esquema del poder contemporáneo no es ya tanto el de un equilibrio entre contrapesos de poderes como definió Montesquieu en el siglo XVIII, sino una guerra abierta entre el poder (ejecutivo, legislativo, judicial y mediático) y el contrapoder (la nueva opinión pública de la era postinternet).

Uno de los grandes teóricos del poder, el filósofo Bertrand Russell, dijo al respecto algo que me parece crucial: «Es fácil resolver el problema diciendo que la opinión es omnipotente y que todas las demás formas de poder se derivan de ella». Efectivamente, y aunque con matices, la opinión pública atesora un gran porcentaje del poder total. Esto ha sido siempre así. Lo que ha cambiado es que la ciudadanía, primero, ha tomado conciencia de ello y, segundo, tiene a su disposición ahora sus propios medios de comunicación independientes de los demás poderes.

Sería ingenuo pensar que esa opinión pública contemporánea que ejerce como contrapoder tiene la batalla ganada. Pero aquí entra la idea que José Antonio Marina (precisamente en su libro La pasión del poder) llamaba «ficción constituyente», que es aquella sobre la que puede construirse un proyecto real. Si desaparece la ficción, se volatiliza el proyecto. Dicho de otro modo, estamos obligados a pensar que la nueva opinión pública puede ganar la batalla para poder ganarla.

Y de lo que no cabe duda es que, con esa capacidad única del ser humano respecto al resto de animales que consiste en proyectar el futuro, los hombres y las mujeres del siglo XXI tienen más cerca que nunca la socialización del poder o, lo que es lo mismo, la emancipación definitiva. Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la ciudadanía conectada.