España. ¿Qué es España? ¿Una lengua, una religión, una raza? Nada de eso es España. Por supuesto, tampoco es el rumor de la fuente, ni el viento en los trigales de la niñez. España no es, ni siquiera, una historia en común. España tampoco es, aunque pudiera parecerlo, una piel de toro a la intemperie. España tiene ciertas coordenadas de tiempo y espacio, pero no es ni lo uno ni lo otro. Ambos dos, tiempo y espacio, son meras circunstancias. España es una santa hermandad. La misma santa hermandad que nos levanta, que nos crisma como pueblo, que nos sostiene y que nos hace, entre los pueblos, pueblo. España es, entre los españoles, el juramento de no abandonar al caído. La mano tendida y el hoy por ti y mañana por quien lo necesite. Y, vista desde fuera, España es una manera de ser entre los hombres. No quería citarle, pero no hay mejor definición de España que la que alumbró José Antonio: «España es una unidad de destino en lo universal». No hay otra verdad tan honda. Somos así, porque así nos ven.

¿Es España una patria? ¿Qué es una patria? La patria es el juramento que une al hombre con los otros hombres. «Nada importa su vida anterior, pero juntos, formamos bandera,...», cantan los legionarios, y cantan bien. España no es, ni siquiera, una bandera de colores; las banderas, y hasta los colores, van y vienen. España es un juramento que nos hace bandera; la bandera íntima del combate nuestro de cada día. La bandera que se te anuda a las tripas. La que te ahoga el llanto cuando muere tu padre. Patria es solo aquello que merece entregar la vida por ella.

Tengo por los separatistas un hondo respeto, el que me dicta la razón. Tan hondo que solo es más hondo el desprecio que me manda tenerles el corazón. El separatismo es cobarde y ventajista. Mezquino, miserable y tacaño. Los que ayer estuvieron a nuestro lado, hoy echan cuentas y creen conveniente abandonar a los heridos en el campo del diario batallar. El separatismo no es la fuente, ni el viento, ni la sardana, ni la moreneta; el separatismo es la usura, son los caudales en rebeldía, el sálvese quien pueda y si te he visto no me acuerdo. El separatismo es siempre cosa de los acaudalados; de los pudientes, de los envenenados por los pudientes y de los nacidos para el odio. Separatistas y también separadores. Que nadie olvide tampoco a quienes desde las más altas magistraturas de gobiernos claudicantes han alimentado a la bestia. Cuarenta años de renuncias, de no querer ver, de no dar la cara. Esos han sido, son, los separadores. Separadores y también separatistas. Cuarenta años enseñando a odiar, cuarenta años blasfemando, cuarenta años escupiendo sobre aquel antiguo juramento de hermandad. Y ahora ya, ¡lástima!, nadie sabe cómo recoger la leche derramada.

Ahora se invocan constituciones, tratados y tribunales. Nada de eso es España, y por nada de eso se muere. La constitución que hoy ensalzamos, mañana será menos que nada. El patriotismo no es nunca constitucional. El patriotismo ni tiene apellidos, ni tiene dios, ni tiene amo. ¡Qué pena me dan todos los pobrecitos leguleyos que invocan leyes y dictámenes porque no tienen bemoles para invocar la sagrada unidad de España! España es un juramento sagrado. El mismo que pronunció mi padre. El que yo no pronuncié por inútil, y ahora, inútil y viejo, lamento pronunciar sin tener juventud para poder entregar la vida entera en el altar de la patria. Construir esta santa hermandad costó siglos. De Cartagena a Compostela, de Cadaqués a Portimao. Recordad por qué murió el capitán Gonzalo Suárez. Recordad que las bellas unidades son sagradas. ¡Ay de quien atente contra ellas! ¡Ay de nosotros si no sabemos defenderlas!