XExl hombre que reparte reclamos con las ofertas del conocido restaurante de la calle Santa Eulalia, duerme donde le dejan, principalmente en un portal cercano a ese espacio tan de encrucijadas, donde arrancan las escaleras del Mercado de Calatrava, junto al quiosco de chucherías, tabacos y menudencias que es como el árbol a cuya sombra se reunen los tertulianos ocasionales, especialmente los jubilados de escasas pensiones, que en Mérida son legión. Desde allí se puede optar por entrar al Mercado para ver los pescados frescos, con sus ojos inquietantes de abismos y sal, o las lechugas y las carnes de tanta tradición en esta ciudad de espacios ganaderos y costumbres carnívoras, hasta donde se alcanza. También se puede seguir ruta comercial por la calle que siempre tuvo esa vocación o dirigir los paseos hacia ninguna parte, arriba y abajo, por quienes nada mejor que hacer tienen cada día.

El hombre que reparte folletos del conocido restaurante tiene muchos problemas y si le merecen confianza te los cuenta. Que si bebemos, en plural anónimo por lo que pueda pasar, más de la cuenta, que si se rompen los matrimonios, que si operarse de una hernia desmesurada, que digo una, más bien dos o tres, tiene muchos riesgos y vale más acabar dignamente con lo puesto que meterse en un quirófano, porque además para qué. Pero este singular personaje, con sus ruinas a cuesta, como tantos y tantos, tiene alrededor sus perros, fieles compañeros, de noche y de día. Creo que los llama el Tejero y la Pantoja , o algo así. Son perros educados, pacientes, que pasan todo el día cerca de su dueño y que duermen junto a él, amortiguando su inevitables soledad.

No recuerdo si fue Oscar Wilde o Lord Byron --que más da-- quien dijo que cuanto más conocía a los humanos más apreciaba a su perro. A mí me ocurre algo parecido cuando veo que los perros del hombre de los folletos están en su sitio, como miembros conscientes de una ONG canina cuya única misión es dar calor, afecto, cercanía, presencia, a los humanos. Tal vez porque cuando menos se tiene más altos son los valores de la solidaridad y otras ternuras.

Esta mañana había un perro cojo por la zona del hombre que reparte folletos. Se había metido en unas cajas de cartón, residuos de una tienda cercana de ropa de marca de franquicia. Estaba sumiso, como demandando una adopción imprevisible. Lo acariciabas y hacía gracias como si esperara que tras ellas alguien le abriera el camino de la seguridad, el confort, la comida, el cariño. Muchos preguntaban por él, su procedencia. Otros, que llevaba ya varios días por la zona, que debían de haberle pegado o que sus dueños se habían marchado de vacaciones y confiaban en que se averiguaría la vida, cerca de los perros del hombre de los prospectos. Nadie hizo un amago por llevárselo. Yo tampoco porque comparto mi egoismo con un perro señorito, caprichoso y bien cuidado que seguro que le ladraría al vagabundo si intuyera que tendría que compartir comida y afectos con el intruso. Porque el problema no es tener la piel de distinto color sino ser pobre. Y por supuesto los perros también pueden ser pobres y ricos.

Bajo el inclemente sol que reseca la tierra y encostra los corazones, las tragedias se entrelazan. Las de los humanos y las de los animales. Pero el hormiguero se empeña en ser indiferente a los naufragios individuales. No es capaz de concretar otra manera de supervivencia. Es la lucha por la vida, la irracional teoría de la supervivencia, más ahora en tiempos de globalización y otras miserias. Tiempos difíciles, también para los perros de estas ciudades chicas, de aparentes nuevos ricos, en las que el individualismo egoísta termina haciéndose insoportable. Tiempos en los que un improvisado cronista se apropia del título, al revés, de la primera novela de Vargas Llosa. Solo para llamar la atención sobre tantos y tantos perros vagabundos a los que casi nadie presta la menos atención. A pesar de creernos tan felices con nuestras hipotecas.

Sin llegar a entender ni remotamente que los perros del hombre que reparte folletos del restaurante, calle abajo, aparecen ser felices a pesar de todo.

*Exalcalde de Mérida