Durante esta semana se habla mucho de la tristeza postvacacional , que en algunos medios llaman exageradamente depresión, y que no es otra cosa que la leve melancolía que sigue a la frustración de tener que despedirnos del paraíso perdido, y tener que volver al trabajo. Claro que llamarle paraíso a esa aglomeración de personas en los mismos pueblos y playas, también es una exageración.

"La princesa está triste ¿qué tendrá la princesa?" El trabajador no tiene ningún Rubén Darío que le cante, y cuando le hacen algún poema social, seguramente es social, pero no llega a poema, porque hasta Miguel Hernández y Alberti , e incluso en algún momento el gran Neruda se ponen de catecismo pesado, quizás porque a las musas les tiran más los nenúfares y las princesas, que los obreros y el martillo del taller.

De todas formas, más que tratamiento psiquiátrico --que sería un exceso-- o psicológico --que sería casi afectación--, bastaría recordar a los afligidos por la vuelta a la rutina laboral, que, ayer, en los juzgados de toda España se presentaron centenares de suspensiones de pagos, lo que significa centenares de empresas que, o bien cerrarán sus puertas, o bien proseguirán con menor plantilla, siempre y cuando la junta de acreedores acuerde aplazar el cobro de la deuda, o rebajarla, que más vale pájaro en mano que ciento volando.

Eso significa que un número difícil de calcular de ciudadanos no va a sufrir ningún desconsuelo por regresar a los horarios laborales, porque cuando uno se queda sin trabajo no tiene tiempo para analizarse la psique, sino que se ponen en marcha todos los mecanismos de supervivencia y se emplean todas las fuerzas y todo el ánimo en volver a encontrar trabajo.

Recuerdo la España de las 48 horas semanales y los diez días de vacaciones, y no existía este síndrome tan exquisito y tan moderno. A lo mejor es que la psique no estaba tan blandengue.