WTw res individuos prendieron fuego en la madrugada de pasado domingo en Aldeacentenera a la patera que el artista Emilio González había recreado como homenaje a las miles de personas que, en un barco como ese, emprenden viaje desde Africa a las costas españolas, jugándose la vida tan ciertamente que el último intento de alcanzar la tierra de este lado se ha saldado con 14 personas tragadas por el mar. El Ayuntamiento de Aldeacentenera había acogido la patera y la había colocado en una rotonda de la localidad. Apenas ha durado 15 días, porque la quemaron de madrugada. Es preciso preguntarse quién es capaz de quemar una patera. Qué amenaza ese barco frágil a las vidas de los que decidieron reducirla a cenizas. Precisamente aquí, en Extremadura, donde no hace ni medio siglo que decenas de miles de paisanos --quién sabe si algún familiar de los pirómanos-- salieron de sus casas en las pateras de los autobuses, de los trenes de tercera camino de Europa, acarreando colchones, llevando en maletas de cartón apenas nada para emprender una nueva vida-como ahora los que vienen en la patera. Quemar aquí una patera es poco menos que quemar la memoria de tantos desarraigados extremeños. Ha ocurrido en Aldeacentenera, precisamente una localidad que había recibido la patera después de que otras localidades la hubieran rechazado, como Talayuela, un gesto que pone en su sitio tantas proclamas retóricas de integración. Aldeacentenera ha decidido recoger los restos del barco, meterlos en una urna y volverlos a exponer. Es una buena idea: perdurará el símbolo de lo que unos seres humanos hacen por mejorar su vida y el oprobio de los que, si pueden, no se lo permiten.