De todas las características de la nueva sociedad, quizá la más relevante es la importancia adquirida por el universo digital y la comunicación en red. El hecho de que los cambios tecnológicos se hayan producido tan deprisa y liderados lejos de los despachos, ha propiciado que acontecimientos revolucionaros como el 15-M pillaran a las élites con el pie cambiado. Sería ingenuo intentar resumir en tan pocas líneas todos los cambios políticos que vienen aparejados con la expansión de la comunicación digital. Me centraré en aquellos relacionados con el historial político de los representantes públicos. Aunque es muy trascendente, se habla poco de hasta qué punto impactan las nuevas tecnologías de la comunicación en el ‘valor oro’ de un político: la confianza que genera. Una confianza que es mezcla de coherencia y credibilidad, entre otros factores.

En la actualidad hay una gran cantidad de información disponible de toda persona pública, a la que se puede acceder de forma cómoda y rápida. Hace 30 años no era fácil saber el currículo de un político, pero ahora podemos encontrar toda su vida en un ‘clic’; no solo está disponible en la ‘nube’, sino que podemos descargarla y guardarla en archivos personales, lo que hace inútil su retirada de la web.

Los teléfonos móviles no existían hace pocas décadas y ahora no son solo móviles sino también ‘inteligentes’. El desarrollo de las aplicaciones de mensajería instantánea y las prestaciones de los teléfonos hacen posible, por ejemplo, almacenar conversaciones. Así, un político puede decir en una conversación que tal líder es un cantamañanas y meses después convertirse en un fan de ese líder, pero esa conversación quedó almacenada y podrá fácilmente comprobarse su talante falsario y escasa credibilidad.

En este contexto, las redes sociales son una revolución. Probablemente, la mejor noticia para la libertad de expresión del último siglo. Ese espacio de la red se ha convertido en un lugar de creciente competencia por los liderazgos políticos (entrando en liza personas completamente desconocidas para los medios tradicionales) pero, sobre todo, se ha convertido también en un magnífico espacio para retratarse.

ESTÁN LOS POLÍTICOS que no entran por miedo a meter la pata, y que con esa actitud demuestran su cobardía e incapacidad. Están los que solo las utilizan para hacer spam con argumentarios de partido que no le interesan a nadie, y que lógicamente son ‘castigados’ no suscitando apenas interés. Para otros son unidireccionales, es decir, hablan pero no escuchan, excluyendo así el diálogo, alma de la política.

Y los que las utilizan mejor y más sinceramente, suelen tener mucho ojo en no mojarse demasiado, porque saben que también el contenido de las redes sociales es susceptible de convertirse en hemeroteca. Son pocos, muy pocos, los que de verdad son genuinos en su uso.

Los políticos más astutos —astucia de la vieja política, eso sí— intentan estar lo menos presentes posible en el universo digital, sabedores de que cuanta menos huella dejen, menor será la mochila que socave su credibilidad en el futuro. Sin embargo, esa decisión de no estar presentes tiene doble filo: por un lado regalan ese nuevo altavoz publicitario a líderes emergentes y, por otro lado, pierden una de las vías privilegiadas de comunicación con amplios sectores sociales que marcan tendencia.

Así pues, la vieja política —dicho con más precisión: los políticos viejos, independientemente de la edad— se encuentran ante un atolladero del que aún no han aprendido a salir. Y esto es una excelente noticia para la ciudadanía.

Si los políticos le tienen miedo al mundo digital es porque ya no pueden mentir ni esconderse tan fácilmente como antes. Y, teniendo en cuenta que la opinión pública digital es cada vez una porción más grande de la opinión pública global, eso significa que los políticos falaces están ya acogotados en un rincón del ring.

La hipocresía, la mentira, la falta de transparencia, el fingimiento, la incoherencia, la cobardía y tantos y tantos vicios de la vieja política comienzan a ser seriamente penalizados. Ahora tenemos herramientas tecnológicas que los miden. O, dicho de otro modo: ahora los malos políticos dejan un rastro imborrable.