El dominio de la situación puesto de manifiesto por Rusia al esperar hasta ayer para anunciar que repliega sus unidades en Georgia detrás de las fronteras de Osetia del Sur y Abjasia confirma la impresión de que vuelve a estar en vigor la doctrina de las áreas de influencia, asociada hasta la fecha a la guerra fría. El presidente Dmitri Medvédev aseguró ayer a su homólogo francés, Nicolás Sarkozy, que la retirada de las tropas rusas de la zona de conflicto con Georgia comenzará hoy lunes a mediodía. Por su parte Sarkozy, en una conversación telefónica, ha dicho al líder ruso que las relaciones con la Unión Europea tendrán "consecuencias graves" si no hay una ejecución rápida del plan de paz.

Mediante una interpretación restrictiva del alto el fuego de seis puntos negociado por Nicolas Sarkozy en nombre de la UE, el Gobierno ruso entiende que nada obliga a replantear su papel tutelar en las dos provincias georgianas y colige, en cambio, que forma parte de su misión proteger a la mayoría rusa en ambos territorios.

De tal manera que no deja duda alguna en cuanto a su propósito de gestionar la crisis a su solo criterio, soslaya los requerimientos de Estados Unidos y envía un mensaje meridianamente claro a la OTAN: el patio trasero caucásico es solo asunto de Rusia.

Todos los atajos ensayados por Estados Unidos y sus aliados para llevar a la OTAN hasta el flanco sur de Rusia han propiciado esta situación, además de la sensación rusa --justificada o no-- de asedio estratégico puesto en marcha por el presidente Bush para disponer de aliados agradecidos desde el Báltico al mar Caspio. Una iniciativa completada con el despliegue del escudo antimisiles, cuya parafernalia tecnológica ha llegado a Polonia y la República Checa, en las mismas puertas de Rusia.

Los europeos, aceptados por el Kremlin como mediadores para detener los combates, han tenido a la postre un papel limitado a los gestos diplomáticos, paralizados en la práctica por la determinación rusa de evitar cualquier muestra de debilidad y por la necesidad de la Unión Europea de no erosionar la fluidez de los suministros energéticos. Lo cual alimentará más si cabe el debate interno abierto en la OTAN referido al error o acierto de haberse resistido en abril a las presiones de Estados Unidos, que quiso acelerar el ingreso en la alianza de Ucrania y Georgia.

Lo cierto es que a la vista de la imprudencia del presidente de Georgia, Mijail Saakashvili, y de la reacción rusa, nadie en Occidente es capaz de aventurar una hipótesis sobre cuál sería hoy la situación si la OTAN hubiese consentido la ampliación.

De momento, las cancillerías se inclinan por dejar las cosas tal cual están ahora y aceptar las servidumbres del pragmatismo necesario para aceptar una paz armada en el Cáucaso, aunque sea acompañada, como ya sucede, de un trágico corolario de limpiezas étnicas.