Las cifras de mujeres víctimas de maltratos se elevan de forma progresiva cada año, generando una alarma social que preocupa a nuestras autoridades políticas y a la misma ciudadanía en general. Estas tragedias personales siempre han estado presentes a lo largo de la Historia de la Humanidad, como resultado de ciertas creencias religiosas y prácticas culturales en las que el papel de la mujer estuvo infravalorado socialmente, y por tanto, discriminada por motivos de su sexo. Tales hechos parecían haberse desterrado de nuestra mentalidad colectiva, pero resulta que aún deben existir vestigios humanos de esta brutalidad primitiva, a tenor del sobrecogimiento social que nos produce el conocer un caso más de sadismo doméstico.

El compromiso de los medios de comunicación con esta causa social está provocando una mayor visibilidad pública de este sufrimiento anónimo, heridas incurables y de algunos destinos fatales para tantas mujeres, en nuestros días. Este impacto mediático favorece el conocimiento generalizado de este tipo de violencia, con la consiguiente concienciación y sensibilización de cada uno de nosotros sobre la prevención de esta miseria humana, que con dureza hay que castigar.

Sin hacer parangón alguno al hablar de otra forma de violencia contemporánea, insistiré en la importancia de abrir otro debate en la sociedad, en torno a la denominada violencia vial, es decir, los accidentes de tráfico que se incrementan anualmente, con cifras alarmantes de víctimas fallecidas o lesionadas en estos siniestros de circulación rodada.

Entre los desafortunados protagonistas de esta problemática social, son los jóvenes los que se llevan la peor parte, tal y como reflejan los datos estadísticos, de manera que los accidentes de tráfico son la primera causa de mortandad y morbilidad juvenil en España. La libertad de desplazamiento a motor, la velocidad desenfrenada, el entusiasmo de la diversión nocturna... junto a ciertas dosis de hedonismo e individualismo, serían algunos de los factores que pueden estar provocando esta pérdida constante de vidas humanas.

Quizá resulte complicado erradicar esta pandemia juvenil, pero la responsabilidad cívica de los conductores y sus acompañantes son elementos esenciales para reducir estas cifras fatales, con nombres propios de muchos jóvenes que desaparecen de esta forma tan traumática. Por tanto, es momento de pasar a la acción cívica y política, de cara a desarrollar un proceso pedagógico intenso entre los conductores que eviten este nivel de accidentalidad, con la puesta en marcha de medidas resolutivas que impidan, en la medida de lo posible, que estas conductas puedan terminar en trágicos siniestros.

Pasando a otro tipo de violencia de nuestro tiempo, estaría el racismo y la xenofobia, que ya están inoculadas en nuestro contexto social, cuando vemos casos de personas que venidas desde latitudes geográficas muy lejanas, padecen escarnio, persecución y agresiones por sus distintos estilos de vida, formas de rezar, lenguajes de comunicación, o simplemente por ser como son. Frente a este terrorismo racial, nuestra aliada es la educación en la plurietnicidad, en un país como el nuestro, que camina hacia un mosaico intercultural de gentes venidas de cualquier continente, pudiendo así enriquecer nuestra convivencia social con su presencia y participación comunitaria.

Como conclusión diré que cualquier tipo de violencia no discrimina a nadie por su condición de género, edad o raza; aunque sí lo haga el violento al actuar con premeditación y alevosía contra sus víctimas, en la mayoría de los casos, en situación más débil y subordinada. Esperemos que este nuevo siglo suponga la supresión de éstas y otras violencias sociales, que tantas insatisfacciones e injusticias provocan a diario. Amén.

*Sociólogo