TSti algo le ha quedado claro a la opinión pública española después del viaje de Benedicto XVI a Valencia, el pasado fin de semana, es que no había motivos previos para temerse una colisión, al menos verbal, del Papa con los representantes del Gobierno español. Después de tan malos augurios sobre la supuesta tensión entre el Vaticano y el Gobierno Zapatero, a causa de las políticas laicistas de éste, resultó que Ratzinger usó guantes de seda en su encuentro con el presidente y la vicepresidenta. Refiriéndose a ésta, Teresa Fernández de la Vega , dijo incluso que ahora ya sabía que los asuntos bilaterales están "en muy buenas manos", pues es ella la que coordina la agenda España-Vaticano.

Por tanto hemos de suponer que Zapatero tenía mala información. O que su nuevo embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez , ex alcalde de La Coruña, no hizo bien los deberes. Un minuto antes de llegar Benedicto XVI a Valencia, en Moncloa sabían "de buena fuente" que el Papa traía preparado un discurso duro contra el Gobierno. No era verdad. Y eso es bueno para todos, excepto para el PP, una parte del Episcopado y esos sectores ultras de la Iglesia española convencidos de que el anticristo habita entre los papeles de Zapatero como Dios entre los pucheros de Santa Teresa.

Fuese y no hubo nada. Ratzinger se abstuvo de hablar en clave española. Lógico. No era un viaje pastoral a nuestro país ni un encuentro bilateral entre representantes de dos Estados. El motivo era de carácter evangélico y a escala mundial. El Gobierno estaba obligado a acogerle con respeto y a prestarle la ayuda necesaria para llevar a cabo el V Encuentro Mundial de las Familias. Eso ha hecho en funciones de bienvenida, despedida, representación y personal cambio de impresiones al máximo nivel, con el Rey de España y el presidente del Gobierno.

No venía a cuento el calentamiento previo del portavoz vaticano, el español Navarro Vals , sobre la ausencia del presidente en un acto estrictamente religioso como la Misa. Más desafortunada fue aún la comparación de Zapatero con Fidel Castro , Jaruzelsky o Daniel Ortega , que sí optaron en su día por estar presentes en misas multitudinarias oficiadas por Juan Pablo II .

Lo coherente es que Zapatero no asistiera a la misa. Le habrían acusado de oportunismo político -por tratarse de una persona no católica- y tampoco se hubiera librado de los abucheos que le dedicaron frente al Palacio Arzobispal de Valencia, donde mantuvo su cordial encuentro con Benedicto XVI.

De lo que todos los españoles hemos de felicitarnos, al margen de nuestra confesión religiosa o nuestra opinión sobre el aborto, los matrimonios gays o la enseñanza de la religión, es de que esta convocatoria de cientos de miles de personas en defensa de la familia católica, haya cubierto sus objetivos con éxito. Y de que una ciudad española, herida por una reciente tragedia, haya dado al mundo un ejemplo de serenidad y capacidad organizativa al más alto nivel de calificación.

*Periodista[,04]