Profesor

Desde luego, este Gobierno nos lo pone difícil. Y mira que somos legión los profesores que venimos clamando desde hace tiempo por una seria rectificación en las leyes en que se apoya nuestro sistema educativo, al menos en las etapas básica y secundaria. Y cito éstas, no porque la enseñanza universitaria no precise también de un replanteamiento a fondo, sino porque el asunto que motiva estas líneas afecta únicamente a los primeros niveles educativos.

Como digo, somos muchos, me atrevería a decir que la inmensa mayoría, los profesores que, incluso situados a una gran distancia ideológica del Partido Popular, hemos pedido y apoyado, en mayor o menor medida, las reformas legislativas que ya han empezado a tomar cuerpo y entrarán en vigor a partir del próximo curso. La desaparición de la posibilidad de que los alumnos que no hayan adquirido los conocimientos básicos, que no desarrollen las actitudes imprescindibles para enfrentarse a nuevos retos, pasen, promocionen en la jerga, de un curso a otro, y después a otro, y así sucesivamente, era, por poner un ejemplo, una de las demandas más unánimemente formuladas por los docentes, al margen de lo que organizaciones sindicales tan ruidosas como poco representativas aleguen y pregonen.

Sin embargo, el Gobierno, la señora ministra de Educación en particular, probablemente impulsados por esa ola conservadora, si no reaccionaria, sobre la que se deslizan desde hace meses, y cuyo punto más alto se alcanzó con motivo de la ignominiosa guerra de Irak, ha tomado el pie de quien le ofrecía la mano, y está echando por tierra principios y puntos de acuerdo que, desde hace años, habían presidido la convivencia escolar. Los reverendísimos señores obispos, a lo que se ve, siguen mandando (decir mangoneando quizá fuera más exacto) en un territorio que les debiera estar vedado. Ya saben ustedes: a partir del año próximo, la calificación en la mal llamada asignatura de Religión contará exactamente lo mismo, a efectos de concesión de becas o de acceder a la universidad, que los conocimientos de idiomas, para quien desee hacerse filólogo; de matemáticas o física, para quien quiera hacerse ingeniero, o de ciencias naturales para quien se dirija a la veterinaria.

Aunque no debiéramos ser parciales a la hora de distribuir las culpas. A fin de cuentas, un Partido Popular que, pese a tanto desatino como ha cometido en los últimos meses, obtiene el satisfactorio resultado que ha logrado en las pasadas elecciones, quizás haga bien en perseverar en su política de marcado signo derechista. Si la mayoría de la población les apoya, están en su derecho de ser fieles a lo que se les supone. Lo que resulta especialmente frustrante para quienes apoyamos las reformas que mejoran la enseñanza pública y rechazamos las que refuerzan la enseñanza clerical y privada, no es tanto lo que ahora vaya a suceder. Es más bien el que esto ocurra porque cuando la mayoría parlamentaria era de otro signo, se pudieron tomar medidas que hubieran resuelto de forma definitiva el problema de la Religión en la escuela y, por temor, por oportunismo, por plegamiento a esos obispos que hoy se podrán jactar con motivo de no haber perdido la influencia que Franco les otorgó, no se tomaron. Porque entonces se dejara el camino expedito a este atropello que se va a cometer contra un principio que creíamos inviolable: el de la no confesionalidad de un estado, en el que las muy respetables creencias religiosas y el aprendizaje de las doctrinas de esta índole corresponden a la esfera privada de cada ciudadano. Que saber cuáles son los pecados capitales, o incluso no cometer ninguno, influya a la hora de poderse hacer médico, abogado o economista, constituye una afrenta, no ya al consenso constitucional, sino al sentido común de cualquiera que piense por sí mismo.