Durante los últimos tiempos se está levantando una polémica sobre la energía eólica en las zonas norte de la provincia de Cáceres, existiendo dos corrientes opuestas, una claramente a favor, representada por algunos propietarios y ayuntamientos y, otra opuesta a la instalación de los molinos, dentro de la cual yo me encuentro.

Los partidarios de los molinos afirman que generará empleo para los ayuntamientos y particulares, redundando en el mantenimiento de la población en determinados pueblos. Estas ideas eran expresadas recientemente por el presidente de la mancomunidad de Las Hurdes y alcalde de Pinofranqueado. Tal tesis es cuando menos rebatible. En la provincia, las zonas más pobladas no son las mayores productoras de energía --Alcántara y Almaraz, no son precisamente las zonas con un mejor nivel de vida y empleo en nuestra región, y sí las que más dinero reciben de la subvención de las grandes eléctricas--. Por otro lado, la acumulación de fondos en un consistorio no mantiene la vida ni la población en los citados pueblos (hay varios ejemplos en el norte de Cáceres).

De otro lado, la polémica está servida: el dinero lo recibe el suelo, pero el impacto visual puede afectar a otros. Como ejemplo, los molinos situados en el término de Pinofranqueado podrían no ser visibles desde el municipio titular del suelo, en cambio sí desde otro vecino, que además de sufrir el impacto visual, quedaría afectado por torretas para el transporte de la energía. En fin, para uno sería el impacto económico y para otro, el ecológico. Sin contar el impacto turístico, pues los visitantes de Pinofranqueado disfrutaran de buenas vistas y los del Valle del Arrago y Tralgas se tragaran los molinillos; amén del ruido.

Me opongo a la instalación de la energía eólica en dichas zonas por varias razones:

La energía no crea riqueza donde se produce, sino donde se consume. Me explico, entre las provincias más pobres del país están Salamanca y Cáceres, precisamente las mayores productoras de energía, por el contrario, el País Vasco y Madrid, con escasa producción eléctrica, presentan rentas entre las más altas del estado. Esta situación se podría resolver si las eléctricas generaran empleo estable allá donde estén los aerogeneradores y donde estos impacten, y realizaran precios ventajosos para particulares y empresas, sirviendo de incentivo al desarrollo. Pero esta no es la política actual de las eléctricas.

El desarrollo de medio rural pasa por desarrollo sostenible, que no es otra cosa, en mi opinión, que la creación de riqueza y mantenimiento de población, (casi un milagro en los tiempos que corren), respetando la cultura tradicional, el medio ambiente, la arquitectura y las formas tradicionales de la economía --agricultura y ganadería--. El deterioro visual, al menos el que supone la presencia de esos pequeños ventiladores de 80 metros de alto y 50 metros de diámetro de aspas, supone un deterioro medioambiental, aunque no se vean desde el municipio. Alguien se plantearía situar estos ´gigantes´ en Monfragüe. ¿Por qué no? ¿Acaso no son inofensivos para entorno? Entonces, ¿por qué situarlos en otras zonas también protegidas? Algunos recordaran la cantidad de problemas que hubo en el Valle del Arrago para la extracción de la madera quemada, allá por los años 80, hasta una visita de la bióloga de la Agencia de Medio Ambiente para informar-advertir a los ciudadanos de sus graves irresponsabilidades. Parece que hoy todo se ha olvidado.

Por último, pero no menos importante, la aparición en los últimos años del turismo rural, que necesita apoyo, promoción y precisa de un entorno cuidadísimo para entrar a formar parte de ese desarrollo sostenible. A los alojamientos se les pide gestión de calidad. Apostamos por un turismo de calidad, reitera la administración y me pregunto, ¿puede existir un turismo de calidad dentro de un entorno que no sea de calidad? Para mí la respuesta es claramente negativa.

Mucho me temo que sólo nos queda ponernos la bacía y arremeter contra estos ´gigantes´ (ahora sí que son gigantes, y no los de Don Quijote, que no tienen nada que ver sus contemporáneos actuales), arropados en vino de pitarra de Descargamaría, también nombrado por el ilustre manco. El resultado de tal aventura está asegurado: no habrá otro libro genial, pero sí impacto, por lo menos, para una eternidad.