No sé por qué, cuando éramos mozarangüelos, llamábamos, por estos septentriones cacereños, "rusos" a los escarabajos peloteros. Incluso había un vecino, ya fallecido, cuyo nombre era Julio Osuna Esteban, al que apodaban "El Ruso". ¡Vaya usted a saber por qué! Y, lógicamente, había toda una psicosis colectiva sobre los habitantes de ese país euroasiático. Los creíamos con cuernos y con rabos y más rojos que el diablo mayor del averno. La retorcida manipulación del aparato goebbeliano del Ministerio de Prensa y Propaganda franquista les comía ávidamente el coco a los pobres españolitos de a pie.

Ahora, cuando ya no hay que cristianizar Rusia y nos estábamos acostumbrando a las elegantes y macizas hembras, sin maldito retorcido rabo ni afilado cuerno (en singular, porque "los cuernos" ya son otra cosa), que venían a tostarse la barriga en nuestras playas y a dejarnos un montón de rusodólares, resulta que nos hemos enemistado con el país de los zares.

El marioneteo al que someten al gobierno español de turno los intereses, opacos muchas veces, de los EEUU de Norteamérica, ha soliviantado al gran oso ruso y ha dado un pequeño zarpazo, desgarrando las camisas de los productores de la fruta con hueso. La geostrategia y el servilismo hacen pagar el pago a los de siempre.

Revueltos andan también en estos días y con la mosca detrás de la oreja nuestros miles de olivareros, que sobreviven malamente en sus pequeñas y medianas parcelas por la Sierra de Gata, Las Hurdes, Tierras de Granadilla, Valle del Alagón y otras comarcas extremeñas. Muchos de ellos agrupados en cooperativas en torno a ACENORCA (Aceitunas del Norte Cacereño). Estos cooperativistas no han cobrado un euro todavía de la campaña anterior. El fruto se lo llevaron, pero ni un maravedí ha llegado. Población muy envejecida, sin redaños para la reivindicación y para la lucha. El cantar ya es viejo. Intermediarios y multinacionales que se aprovechan de las flaquezas de un campesinado al que todo se le vuelven pulgas.

Ya tenía que haber comenzado el "verdeo" (recolección de aceituna de mesa), de la que comen alrededor de 20.000 familias por esas mencionadas tierras. Pero el horno no está para bollos. Hace años que no lo está, pero pegujaleros y labrantines no abrían la boca y lo único que deseaban era que se llevaran sus aceitunas, aunque se las pagaran a ridículos precios mientras engordaba la casta de los revendedores y de las trasnacionales. Ahora, si Rusia continúa con el veto a la fruta con hueso procedente de los países-títeres europeos que bailan al son que toque el Tío Sam, el asunto se pone aún más negro para la aceituna de mesa, y eso que, en estos días, la oliva está más que reverde.

Asambleas, mesas redondas, concentraciones, manifestaciones del mundo del olivar se suceden en estas últimas lunas. Por fin, parecen despertar del letargo de siglos. Quieren que la Junta de Extremadura se moje, pero ésta es del mismo signo que el gobierno de la nación, el cual se cobija bajo la capa del Tío Sam. Mal asunto. Más vale que escuchen a Miguel Hernández, inquiriendo a los aceituneros con sus versos: "¿quién,/quién levantó los olivos?:/Vuestras sangres, vuestra vida,/no la del explotador/que se enriqueció en la herida/generosa del sudor".

Y a obrar en consecuencia, que la Libertad y la Justicia no se regalan; se conquistan.