Hacia las 16.45 horas (dos más en España), Moussa Diallo (nombre que oculta la identidad de uno de los principales responsables de una de las redes de emigración clandestina que operan en Diogué) se acercó al grupo de jóvenes que mataban el tiempo jugando a las cartas ante su chabola y les dijo: "Coged el agua y el equipaje". Tomaron sus bolsas, el agua y galletas y enfilaron el camino de la playa.

Allí se agrupaban los viajeros, 90 para una piragua y 83 en otra. Había senegaleses, guineanos de Bissau y de Conakry, gambianos y malienses. "El viaje será duro, pero no tengo miedo. Solo quiero llegar sano y salvo", decía Mamadou Baldé, un joven de Kolda (Senegal).

El proceso previo a la salida duró casi cuatro horas, y coincidió casualmente (o no) con la retransmisión por televisión de un partido de la selección senegalesa. Una vez embarcado el material, los dos cayucos se adentraron en el río, mientras los organizadores pasaban lista y los emigrantes iban subiendo a otras dos piraguas más pequeñas. "Si acercásemos el cayuco grande a la playa, sería imposible controlar el embarque, se subiría todo el mundo. De este modo, si alguien intenta colarse en el pequeño, no se sale de la playa hasta que se le ha hecho bajar", explicaba Diallo. Un par de viajes de cada una de estas piraguas auxiliares bastaron para transportar a los pasajeros. Hacia las 20.30 horas, los dos cayucos emprendían el camino por el tramo final de la desembocadura del río Casamance. Mientras, Diallo ya anunciaba que hoy pondría a la venta los billetes para otro viaje hacia Canarias.