En la lacra del acoso escolar convergen muchos elementos. Hay víctimas, hay agresores, hay testigos silenciosos y compañeros mediadores, hay profesores, psicólogos y educadores varios, hay familias y hay una Administración que en los últimos tiempos se ha puesto por fin las pilas. Y hay unas nuevas tecnologías y unas redes sociales que están acrecentando la intensidad y el alcance de ese acoso, que ya trasciende el ámbito exclusivamente escolar.

También hay un entorno social, «que es el más difícil de compensar, porque cada vez es más amplio, y que va desde los programas de televisión, la música y la literatura que consumen los adolescentes hasta los videojuegos, los instagramers o los youtubers», advierte Ferran Barri, psicólogo clínico especialista en bullying y actualmente asesor del sindicato CSIF en temas de convivencia escolar.

Es aquí donde intervienen (o deberían intervenir) los padres -o los hermanos mayores o al menos algún adulto con el que convivan los jóvenes-, porque ellos son, en definitiva, los que a priori más horas comparten con los chicos. Su papel es determinante no solo para ayudar a la víctima, sino también para identificar al agresor y, llegado el caso, disuadirlo de que siga adelante con el acoso, aseguran los expertos.

DETECTAR AL AGRESOR / Que cada vez se va tomando más consciencia de las dimensiones del problema lo evidencia, por ejemplo, el hecho de que hay asociaciones de madres y padres de alumnos (ampas) que comienzan a unirse para avisar a los progenitores de lo decisivo que es su cometido.

«Hay algunos indicadores que pueden poner a los padres sobre la pista para saber si su hijo es un acosador», explica Andrés González Bellido, maestro, orientador educativo, psicólogo y coordinador del programa Tutoría Entre Iguales (TEI), que ya se ha implantado en más de 8.000 centros educativos de España para combatir el bullying y mejorar la convivencia escolar. «Por ejemplo, el agresor suele ser un niño que tiene dificultades para regular la frustración, que siempre quiere tener la razón y que presenta dificultades para la empatía, para ponerse en la piel del prójimo», apunta Bellido.

NIÑOS CON BAJA AUTOESTIMA / Y aunque este investigador asegura que es muy complicado definir un perfil del niño o adolescente acosador, «porque no responde a un patrón psicológico, sino más bien al efecto de un entorno», Ferran Barri sí se atreve a apuntar una descripción. «El agresor suele ser un niño con importantes carencias de autoestima, que trata de compensar buscando a personas más débiles que él para elevarse sobre ellas y creerse fuerte», indica.

«A veces -prosigue- son niños con padres que los someten a altas tasas de exigencia, aunque, en otros casos, ocurre todo lo contrario y resulta que el acosador es un niño que se ha criado con unos padres despreocupados de él». Existe todavía una tercera tipología, más habitual de lo que parece, «la del niño que copia de los adultos y, por ello, adopta roles machistas, racistas u homófobos, por ejemplo», agrega este experto. Es lo que en Psicología se conoce como «aprendizaje vicario».

La responsabilidad de los padres va mucho más allá de lo que imaginan. «Los esquemas mentales del parvulario perduran toda la vida», advierte el doctor Manuel Gené, profesor emérito de la UB, especialista en Medicina del Trabajo y en Medicina Legal y Forense y experto en temas relacionados con el acoso. «El agresor no suele ser una persona al azar, como tampoco lo es la víctima... Y en estos casos, el papel que desempeña la organización, ya sea la escuela o el lugar de trabajo en el caso de los adultos, es determinante», señala Gené.

EL GRUPO, DETERMINANTE / Las de los agresores son, la mayoría de las veces, conductas difíciles de reconducir. «Hay que desaprender, cambiar el patrón de valores, trabajar otras habilidades sociales», dice Barri. Y a pesar de que el peso de las familias es fundamental en la prevención y detección del acoso escolar, «lo más determinante, desde el punto de vista del agresor, es su grupo», subraya González Bellido.

Son los amigos o los compañeros de clase los que refuerzan las conductas agresivas o los que las reprimen, asegura. «Yo diría que, en una balanza, el peso que tiene el grupo sobre la conducta de un joven, sea este acosador o no, es el doble del que tiene la familia o la escuela», apunta.

En todo caso, el recurso que tienen estos de castigar o expulsar al niño agresor debería ser siempre la última opción, «porque no soluciona el problema» concluye este experto,