Los hosteleros llevan algunos años imitando la táctica de las compañías aéreas a la hora de sacarle el mayor rendimiento posible al espacio físico de sus terrazas. De ahí que las mesas estén tan cerca entre sí como lo están los asientos de pasajeros en los aviones. A resultas de esta estrechez, es imposible no escuchar las conversaciones procedentes de las mesas cercanas, y viceversa. Ocurre en ocasiones --me ocurre a mí, al menos-- que uno abandona la conversación de la mesa propia, siempre tan previsible, para inmiscuirse auditivamente en las ajenas, donde, con un poco de suerte, se podrá enterar de las peripecias sentimentales del trío amoroso de turno o incluso de los preparativos de una sesión de espiritismo. Pero estos casos son los menos: por lo general hay que conformarse con rescatar fragmentos desordenados de conversaciones tristemente domésticas.

Frecuentar las apretujadas terrazas de un país es una forma como otra cualquiera de tomarles el pulso a sus habitantes. En las terrazas españolas, la conversación estrella del verano tiene que ver con las novelas de Stieg Larsson . No falla: al poco de sentarse, como siguiendo un protocolo, el cliente confiesa el número de libros que ha leído de la serie Millennium . La mayoría va por el tercero, aunque algunos rezagados aún no han terminado el primero. Cumplido este requisito, la conversación se abre a todo tipo de temas: laborales, familiares, económicos-

En las terrazas se habla mucho y en voz alta, y cualquier tema de conversación es válido para rememorar las anécdotas de la jornada y de paso ofrecer material literario a tipos curiosos como yo.