Llegando al puerto más meridional de Luisiana desaparecen casi por completo los típicos barcos pesqueros de la zona, con dos especies de tentáculos que aguantan las redes que sirven para sacar gambas de las cálidas aguas del golfo de México. La siempre bella estampa pesquera deja paso a un paisaje crudo de grúas, barcos enormes que perforan el suelo marino y, a lo lejos pero aun así cerca de la costa, incontables plataformas petrolíferas.

En Port Fourchon todo huele a petróleo, y no porque el crudo que sigue brotando de la tubería rota de la plataforma Deepwater Horizon flote a solo cuatro millas de esta costa. Todas las industrias posibles relacionadas con la extracción de petróleo se concentran en pocos kilómetros cuadrados, entre calles polvorientas y humedales poblados por pájaros, a unas tres horas en coche de Nueva Orleans. Es aquí también donde British Petroleum fabricó con prisas la cúpula que no ha logrado tapar el escape producido a 1.500 metros de profundidad.

"Todos nos ganamos la vida con el petróleo de una manera u otra. No somos de aquí, venimos de otras partes de Luisiana, de Misisipí o de Tennessee, y nos instalamos durante un tiempo en estas casas", dice Al Harrison delante de una casa de madera levantada casi 10 metros del suelo, apoyada en pilares de madera también. Son temidas las inundaciones provocadas por el mar.

Al está lavando el coche, esperando a que le llegue trabajo para su empresa Mc-Nett. "Me dedico a limpiar de petróleo lo que sea. Tanto tanques como el mar. Espero que también me contrate BP para ayudar en esto", dice señalando a las plataformas. No parece muy preocupado por las consecuencias del vertido.

A BP seguramente sí le preocupa, porque además de su reputación se dejará cientos de millones en luchar contra un enemigo para el que no estaba preparada: una fuga a gran profundidad. Y faltan todavía las indemnizaciones que el Gobierno le hará pagar a los afectados.