TEtn la creación literaria hay una norma que consiste en eliminar el énfasis al tratar los sentimientos humanos. El objetivo es tocar la fibra sensible del lector sin caer en la artificiosidad, pues esta a la larga acaba por banalizar aquello que pretende transmitir. Yo diría que en el deporte esa regla también está vigente, pero a la inversa. En el fútbol, por ejemplo, enfatizar las pasiones no es solo una opción legítima sino que en cierta manera es su razón de ser.

Después de décadas de fracasos, la victoria de la Selección Española en la Eurocopa ha significado un galardón al fútbol nacional, sí, pero sobre todo ha sido el triunfo de los aficionados, que mantuvieron viva la llama de la esperanza año tras año. La unión hace la fuerza, y los españoles, en eterna batalla contra nosotros mismos, hemos hecho frente común a un enemigo encarnado, como si de los viejos tiempos del imperio romano se tratara, por los altos y aguerridos bárbaros germanos.

Pero empecé hablando de literatura, que apuesta por la contención de los sentimientos, y pasé al fútbol, que vive para su expansión. El escaso interés que suscita la primera y el rotundo éxito del segundo vienen a indicar que el ser humano, constreñido en el corsé de los códigos sociales, necesita más la dilatación que la contracción, la masificación que lo minoritario, más la algarabía que el silencio.

Andy Warhol popularizó su teoría de los quince minutos de gloria. Se le olvidó mencionar que el hombre, cuando no tiene hazañas que festejar, se conforma con celebrar las ajenas. El fútbol es la excusa para desbocar las pasiones que todos llevamos dentro.