Es un ciudadano de a pie que ejemplifica la creciente afición por la bici en Plasencia. Porque Vicente Clemente Sánchez, empleado de banca de 54 años, monta por pura afición, sin ánimo competitivo de ningún tipo, y ni el segundo trombo que ha sufrido hace no más de cuatro meses le ha apartado del sillín. "Me habré hecho 7.000 kilómetros al año en la bici aunque ahora, con el trombo, no paso de 2.000 o 2.500". Lo que le convierte, además, en un ejemplo de superación sin contar con su faceta musical como tenor del coro placentino Ars Nova.

Inquietudes no le faltan, que también pertenece a la sección de Arqueología del Ateneo, a un hombre anónimo y autodidacta de los que hacen ciudad. No lo ha apoltronado ni el problema de salud que le sobrevino en una visita a Méjico hace diez años con el coro. "Para haberme matado porque allí me quisieron inyectar no se qué cosa como si fuera un problemilla muscular así que imagínate qué vuelo más doloroso de vuelta a casa, pero aquí estoy y la vida hay que aprovecharla". Desde luego lo suyo es Carpe Diem y no pierde ni un minuto de su tiempo.

Forma parte de la legión de aficionados al ciclismo, pese a reconocer que Plasencia no está hecha para bicis por la de cuestas que tiene. "Pero tenemos un entorno privilegiado para recorrer en bicicleta y ahora también el paseo del río que es una maravilla". Por eso le agrada el boom de la bicicleta que vive esta ciudad desde la apertura del paseo en cuestión aunque él no ha parado de montar desde la tierna edad de cinco años y los Reyes Magos le trajeron una Orbea roja. "Para poder comprarme la primera bici tuve que estar cuatro años ahorrando y no entendían que por 300 pesetas más tenía una Vespino porque me costó 4.200". Entonces tendría catorce años y aprendió a valorar las cosas.

Como al flamenco, su gran pasión, aunque solo se arranca en la intimidad con su guitarra, que también toca de forma autodidacta. "Solo hay que tener curiosidad, ya me gustaría a mí saber música, pero canto de oído" y recuerda que cuando pudo apuntarse al conservatorio, ya de mayor, desistió para atender a sus hijos mientras su mujer trabajaba por la tarde. Como Vicente, hay más ciudadanos anónimos comprometidos que también pasan desapercibidos. Pero son ejemplo de gente inconformista, en el buen sentido de la palabra. Están, como él, tras la ventanilla de un banco o en cualquier otra, pero animan a cualquiera.