Seguramente, Renfe dirá que los planes de emergencia interna de los talgos cumplen la normativa, y nadie lo pone en duda. Lo que está en duda es si esa normativa es suficiente. El talgo TG4-412022, el que ayer cubrió por la mañana el trayecto Madrid-Cartagena, vía Chinchilla, con casi 200 pasajeros a bordo, no tiene señalizada ninguna salida de emergencia, no cuenta con martillos para romper las ventanas de doble cristal en caso de que se bloqueen las puertas (como ocurrió en el accidente) y sólo un vagón de pasajeros, el de cola, dispone de extintores. Dos extintores para 200 personas en una zona muerta entre los coches 8 y 9, aislados por esas puertas que se abren con un botón que no todo el mundo acierta a pulsar ni en un viaje tan sereno como el de ayer. "¿Cómo se abre esto, Puri?", preguntó una señora a su nieta tras un buen rato mirando la puerta.

Seguramente, Renfe también dirá que hay otro extintor en la cafetería y otros dos en el vagón generador y en la cabina del maquinista (fuera del acceso de los viajeros). Y es cierto. Tan cierto como que no hay ninguno en los dos vagones de preferente, donde esta semana murieron carbonizados todos sus ocupantes, ni en cuatro de los cinco coches de clase turista.

Probablemente, Renfe añadirá que dada la violencia de la embestida entre el talgo y el mercancías, de poco hubieran servido los extintores. Pero la ausencia de señalización de las salidas de emergencia y la falta de referencias para un plan de evacuación ayudó a que los pasajeros del talgo siniestrado pasaran media hora caótica sin saber qué hacer. Unos acabaron rompiendo las ventanas a patadas y otros se abrasaron en el intento. Los 19 cadáveres fueron identificados ayer tras las pruebas de ADN.

Tres días después de la tragedia, impone coger el talgo que pasa por ese lugar de la Mancha del que ya es imposible olvidarse. Y subirse en el coche 1 de preferente es ya una quijotada. Pero la gente no tiene miedo, si acaso curiosidad. Era digno de ver cómo los ejecutivos se amorraban a los cristales para contemplar la rutina del jefe de circulación para dar salida al tren. Lo miraban en silencio como si fuera el cambio de guardia en Buckinham. El único murmullo generalizado fue al pasar por el lugar del accidente, con la vía flanqueada por montones de chatarra ferroviaria.